“Una amiga se perdió en los techos”, decían algo agitadas un par de adolescentes. Era el 16 de agosto de 2020, una todavía fría madrugada de invierno y en plena pandemia por el coronavirus. Poco antes de las 5, efectivos policiales e inspectores municipales arribaron a un domicilio de Bv. 25 de Mayo al 1100, donde se realizaba una fiesta clandestina. Esa “amiga”, junto a otros jóvenes intentaron huir por arriba de las casas lindantes ante el temor de ser detectados por las fuerzas de seguridad. La causa: estaban incumpliendo el decreto de emergencia sanitaria que impide este tipo de reuniones masivas.

Mientras trataban de huir, algunos vecinos molestos –cuentan quienes participaron del operativo- salieron en su búsqueda, también por los techos, en algún caso con un cuchillo en mano. Varios jóvenes lograron huir, otros terminaron en un patio ajeno con la fortuna de que el perro que lo custodiaba estaba atado, mientras que el resto volvió a la vivienda donde hacía unos minutos todo era diversión. Esa “amiga”, menor de edad, finalmente apareció cuando llegaron sus padres a retirarla, aunque por varios minutos no respondía ni los llamados telefónicos.

“Se abre la puerta y empiezan a salir corriendo, tirando ladrillazos, hielo, botellas, con lo que tenían a mano”.

Las fiestas clandestinas siguen siendo un problema para las autoridades municipales y policiales aun en esta segunda ola de Covid-19 que vive el país, aunque –resaltan- en menor medida a lo que supieron ser el año pasado.

Los jóvenes se convocan por WhatsApp o por mensajes privados de Instagram y Facebook. Y una vez dentro de la “pista”, el Covid-19 y las restricciones impuestas por el distanciamiento social, preventivo y obligatorio parecen no existir. Menos un barbijo o tapaboca: “La verdad es que una vez en el baile no existe nada, se comparte la jarra, no hay barbijo. Si te agarra, te agarra”, detalla Martín, de 18 años.

El pasado domingo mediante operativos de control se lograron desarticular dos fiestas clandestinas en los barrios La Milka y San Cayetano. La primera sobre calle Antártida Argentina al 400, donde se encontraban reunidas más de 30 personas, y la segunda, nuevamente (ya habían detectados dos anteriormente) en un domicilio de calle Guatemala al 200, donde se encontraban reunidos más de 50 mayores de edad.

Además de la invitación que corre por redes sociales, para ingresar a algunos eventos se necesita pagar una entrada, que contempla muchas veces la posible multa policial por incumplimiento de las normas sanitarias. Ejemplo de ello fue una que se desactivó hace poco en barrio Parque, donde se promocionaba que podía verse y escucharse el último streaming de la “Mona” Jiménez: la promo era 250 pesos la anticipada con una jarra de vino de regalo y hasta se garantizaba el estacionamiento de motos.

Se ve de todo

Según sostienen quienes cada fin de semana salen a la caza de este tipo de eventos no permitidos, se suele observar “de todo” y los peligros a los que se exponen son “muy grandes”.

El trabajo para detectar estas fiestas empieza desde antes de la recorrida nocturna, con un trabajo previo de control de redes sociales. Más tarde inicia la recorrida por los barrios, aunque hay sectores determinados. También las denuncias anónimas son claves.

Los jóvenes se convocan por WhatsApp o por mensajes privados de Instagram y Facebook.

La última fiesta detectada de barrio La Milka se deschavó con un trabajo previo de investigación. Alrededor de la 1 de la mañana se libró el allanamiento y después se produjo el operativo, momento donde hubo máxima tensión: “Se abre la puerta y empiezan a salir corriendo, tirando ladrillazos, hielo, botellas, con lo que tenían a mano”, resaltó una fuente policial que intervino en el control. Aunque esta conducta suele repetirse en cada fiesta masiva descubierta.

El mismo agente recordó una reunión similar, pero sobre finales del año pasado, en una vivienda de Av. Rosario Santa Fe: “Seguíamos otra fiesta y empezamos a ver que entraban y salían de una casa muchos jóvenes; los inspectores golpean la puerta y descubren como cien chicos adentro. Se entrevistó a la dueña de la casa que dice ‘no sabía que había tanta gente en la casa, yo estaba viendo una película en mi pieza, pensé que mi hijo estaba con algunos amigos’”, narró.

Ha habido casos además de padres que llegan muy alterados a buscar a sus hijos adolescentes y donde los retos fueron más que gritos de enojo, aflorando los zamarreos y cachetazos. Todo frente a los uniformados.

Entre los factores decisivos que explican este tipo de eventos se encuentran el “hartazgo”, dicen sus concurrentes, pero sobre todo la pérdida del miedo a contraer el virus, que es lo más grave.

Un operativo normal, sin menores de por medio ni orden de allanamiento, puede resolverse en 40 minutos. Caso contrario puede llevar horas.

MULTAS COSTOSAS

Quienes participan de fiestas clandestinas deben afrontar penas económicas que superan los 40 mil pesos (también se suma el no llevar tapabocas), mientras que la persona propietaria de la casa o inmueble donde se llevó a cabo la reunión puede pagar el doble o más.

El Tribunal de Faltas municipal ofrece al menos diez cuotas para poder pagarlas y, en el caso de que el infractor no pueda hacer frente al monto, podrían ofrecer trabajo comunitario, lo cual está contemplado por ordenanza municipal.