Por Juamps Lídiam (Especial para El Periódico)

“Faith is all right for those who have it. Just don’t load it on me.

I have more faith in my plumber than I do in the eternal being.

Plumbers do a good job. They keep the shit flowing.”

Charles Bukowski

‘Como un cementerio subterráneo’, dijo mi abuelo cuando pregunté qué eran las Catacumbas. Me acomodé en el asiento de atrás de su bicicleta y comenzó a pedalear. No había viento en ese domingo de verano pero por el movimiento de sus piernas parecía que lo tuvieramos en contra. Con una de sus manos sostenía el manubrio y con la otra formaba una visera, pues la claridad grisácea desprendida de las nubes le dejaba los ojos marchitos; también a mí me sucedía (de esas primeras revelaciones de rasgos que se heredan). Cuando entramos finalmente al cementerio lo hicimos fregándonos los ojos, como si ya estuviéramos llorando a algún muerto.

Le seguí el paso hasta que se detuvo.

-‘Es acá’, me dijo.

Yo me quedé mirando. Muros altos y bien pintados que en nada se parecían a lo que me había contado.

-Ahora ves panteones, pero tanto la Sociedad Italiana como la Española tuvieron ahí debajo sus Catacumbas. Pero claro, hoy muy pocos se acuerdan. Si escuchás Catacumbas, te dicen las de París o a las Roma. Pero nosotros también las tuvimos.

Una señora con un ramo de flores azules en la mano pasó a nuestro lado y se quedó mirando a mi abuelo.

-Para entrar tenías que bajar por una escalera bastante angosta. Y una vez dentro, ahí estaban los nichos, de hasta cuatro o cinco, uno arriba del otro. Y si paradito mirabas para arriba, te dabas cuenta de lo profunfo que eran esos lugares.

-¿Y viniste muchas veces?

-Muchas, pero tu abuela nunca se animó a bajar. Se quedaba esperándome, ahí, justito donde estás parado vos.

-Pero, y por qué...

-No están más?- se adelantó.

Asentí.

Mi abuelo sonrió.

-Se inundaron en los sesenta -dijo y levantó sus brazos con las palmas endozadas y sus ojos marchitos apuntando hacia al cielo- por cosas que solo pasan en esta ciudad.

Pensé en una lluvia al regresar, olas que todo lo arrastraban pero no. Y fue mi abuela quien me lo dijo.

-La mierda, mijo, la mierda que brota de abajo.

Raíces en la ciénaga

El semblante del agua, esa que nos supo acechar, lejos estuvo del azul que evoca la Atlántida en un desliz imaginario. La elevación de la napa freática no solo inundó los nichos subterráneos sino también los sótanos de algunas casas (sí, por aquel entonces, algunas casas de la ciudad tenían sótanos; ahora sabemos porqué ya no).

Por condiciones sanitarias se demolieron las estructuras de las catacumbas que sobresalían en la superficie. Y se tapó con tierra y escombros para a posteriori construir los panteones que hoy podemos ver.

¿Y los restos? Pues sí, quedaron allí, por debajo, como raíces en la ciénaga, mientras las cadenas se siguieron tirando y el plomero de Bukowski, por décadas, se mantuvo ausente.

*Se agradecen los datos brindados a Arturo Bienedell,

presidente del Museo y Archivo Gráfico de San Francisco.