Emilio Pons acusa 102 años, pero solo en los papeles. Tiene una vitalidad envidiable que le permitió hace unos días darse un nuevo gusto: visitar la escuela José Bernardo Iturraspe, lugar donde cursó sus estudios primarios. Probablemente sea el exalumno más antiguo con vida de la institución. 

Invitado por la escuela, que este año transita por su 125º aniversario, el vecino de nuestra ciudad participó de un animado encuentro con estudiantes de sexto grado que, interesados en su experiencia como ex alumno, le hicieron numerosas preguntas.

Entre otras apostillas de aquella época, Pons recordó que las calles que rodeaban la escuela eran de tierra, por lo que los días de lluvia debían calzarse las botas para poder llegar. El patio del establecimiento educativo en aquel entonces ocupaba media manzana y estaba rodeado de eucaliptus. Frente a él, donde hoy se ubica la plaza Vélez Sarsfield, se encontraban las canchas de los clubes Tiro y Gimnasia y Sportivo Belgrano. Y había una cancha de frontón a donde solía ir a jugar con sus compañeros en algunos recreos con una tabla y una pelota de papel.

Emilio Pons, una leyenda de la escuela Iturraspe que volvió al lugar donde se educó

A caballo

“Las maestras venían a pie, algunos que estaban muy lejos con coches a caballo. Jugábamos a la pelota o a las bolitas, pero yo no jugaba a las bolitas porque había que tirarse al suelo y se ensuciaba la ropa. Los pisos eran de madera, había una mesa que tenía la maestra y un pizarrón, algunos estaban colgados en la pared y otros tenían pie. Había mapas pero teníamos que pedirlos en el depósito a una persona que los cuidaba. Las computadoras no existían, ni su nombre”, recordó entre risas.

El vecino, cuyos hijos asistieron a la misma escuela, rememoró que las aulas no contaban con calefactores ni ventiladores. Aires acondicionados: ¿qué era eso? Los alumnos solían apantallarse en verano o frotarse el cuerpo con sus brazos en invierno. 

Emilio Pons, con 102 años volvió a su escuela primaria

Pons fue alumno durante tres años de Marina María Magdalena Fava de Esteban, quien le dio su nombre a otra escuela, a quien definió como una buena docente. Y tuvo como director a Garrone, que hoy es recordado en una calle del barrio San Cayetano. “Garrone vivía en Josefina. Venía a caballo hasta San Francisco a dar clases, daba clases gratis. Después se compró un sulky. Y después cuando lo nombraron se vino a vivir acá", comentó.

Respecto a los castigos que se les imponían a los estudiantes desobedientes, Pons contó: “Los mandaban afuera. Y si alguno hacía una travesura grande, lo mandaban a la dirección, y ahí le pedían a la madre o al padre que los reten”.

El vecino, que sostuvo que antes había entre 35 y 40 alumnos por grado, se mostró sorprendido con la altura de los estudiantes actuales: “Los chicos son todos bajitos, en aquel entonces se entraba a primer grado a los siete años, cuando terminaban sexto grado eran hombres, grandotes. El único que no creció fui yo, estaba siempre en la primera fila (risas)”.

Guardado en la memoria 

Si bien no conserva recuerdos de aquella época en su casa más allá de una libreta, sí atesora muchos de ellos dentro de su memoria. Pons se acuerda de la mayoría de los nombres de sus docentes y, de sus compañeros, así como la ropa que vestían, que eran guardapolvos blancos, los horarios en que cursaba, que eran de 8 a 12 y de 13 a 17, y lo que comían en los recreos.

Emilio Pons, una leyenda de la escuela Iturraspe que volvió al lugar donde se educó

“Acá no daban comida, a veces en la esquina estaba el tejido roto y a los 20 o 30 metros estaba la panadería, entonces mirábamos que no viniera nadie e íbamos por dos bizcochos. Había tejido pero lo habían roto a propósito porque todos iban a comprar”, reveló.

A su vez se hizo eco de algunas curiosidades, como por ejemplo el uso de la pluma y el tintero o la inexistencia de una biblioteca: “Si había algún libro, lo tenía la directora”.

Asimismo rememoró las asignaturas que tuvo, muchas de las que hoy continúan, y compartió datos curiosos sobre las evaluaciones, que en aquel entonces no solo tenían que ver con el contenido sino también con el comportamiento y hasta con el aseo personal.

Dos anécdotas “médicas” 

Entre algunas anécdotas, Pons se refirió a dos episodios que le quedaron bien marcados, en los que ayudó a un docente y a un portero.

El primero tuvo que ver con un vidrio que se rompió a causa del viento e hirió a un portero. “El viento lo sacudió y le cayó arriba del brazo. Yo habré tenido 9 años. Pasé corriendo y me llamó. Estaba tirado en el suelo, le salía sangre como una canilla. Él se apretaba pero no alcanzaba a tapar, ya estaba acalambrado. Entonces agarré una sábana, con la tijera la cortamos, la torcí, la até bien y con un lápiz le hice un torniquete. Apreté hasta que dejó de salir sangre y me fui corriendo a la dirección. Había una mujer de directora, provisoria, no la conocía, y entonces me dice que no se podía entrar. Le digo: ‘hay uno que se está muriendo’, ‘¿cómo?’, ‘sí, vaya a ver corriendo’. Entonces vino la ambulancia, que era un carro con dos caballos en aquel entonces. Lo cargaron y lo llevaron. Cómo habrá sido el tajo que le dieron 37 puntos”, manifestó.

El otro hecho ocurrió con un docente que se había desplomado. “En cuarto grado había un maestro. Yo pasé y lo vi tirado en el suelo. ‘Qué pasó’, pregunto. ‘Se cayó’, me dicen. Entonces le empecé a hacer masajes en el pecho y con un muchacho que tenía un inflador de bicicleta le dimos aire. Y lo hice reaccionar. Me acuerdo que al día siguiente me trajo un chocolatín Nestlé”.

Consejo

Pons se mostró feliz de regresar a la escuela que lo formó y de trabajar con los chicos. “Fue lindo porque les interesó. Hoy empiezan temprano, son jóvenes, a los 12 años ya entran al secundario”, opinó sorprendido. A su vez, les dejó un claro mensaje: “Que estudien si quieren comer”.