Por Manuel Ruiz

 

Hay un locro que Miguel Ángel Fenoglio no se va a olvidar jamás. Sucedió hace cinco años y fue en la escuela Ravetti. El colegio lo había convocado para preparar un nuevo y tradicional locro para recaudar fondos, pero esta vez, Miguel Ángel había desarrollado casi una obra de ingeniería para acomodar quemadores y tachos, porque las porciones vendidas contaban 10.500. Un récord personal. Ese día, cuando la cocción terminó y el día de trabajo llegó a su fin, su esposa Teresa lo llama y le avisa que su madre había fallecido. “Fue un día tan especial, que me cuesta ponerlo en palabras, explicarlo. Desde lo profesional, pero sobre todo desde lo sentimental”, le cuenta a El Periódico.

 

El primer loco de Fenoglio fue hace 30 años atrás. “Hacía locro en mi casa, normalmente para el 9 de julio, en esa época no se hacía tantas veces al año como ahora. Hacía para mi familia y para algunos vecinos, a lo sumo quince porciones”, relata. Pero una vecina quería hacer una locreada para la parroquia Santa Rita y se lo pidió. “Fue aprender, tenía un poco de miedo porque no tenía elementos, no sabía las proporciones y no había mucha dinero. Por suerte salió bien”, recuerda con una sonrisa.

 

Hacerse masivo

 

Pero desde esa primera vez Fenoglio no siguió haciendo locro, sino que empezó a trabajar como electricista en una empresa de construcción que lo obligaba a dejar la ciudad de lunes a viernes. Después tuvo una bicicletería y otros trabajos, hasta que a finales de la década del 80, su amigo y socio desde entonces, Carlos Venturelli (al que conoció en la comisión de la escuela Bouchard, donde también había un olla de por medio) se queda sin trabajo con tres hijos por mantener.

 

“Ahí le pregunté si él se animaba a largarse a hacer locro para otras instituciones, me dijo que sí y arrancamos a hacer lo que hacemos ahora. No teníamos nada, así que nosotros mismos fabricamos los quemadores y los tachos que usamos. Copiamos modelos, los adaptamos a los que necesitábamos, y acá estamos”, explica.

 

Y acá están. Y se han convertido en una referencia, en una especie de palabra santa a la hora de elegir alguien que haga un locro multitudinario con el siempre objetivo de recaudar fondos para una institución. Y para Miguel Ángel, no hay demasiados secretos. Explica con simpleza, con la simpleza de alguien que lo hace a la perfección pero le sale naturalmente. Él dice que es porque lo hace con gusto.

 

¿Ha cambiado la forma de preparar su locro?

 

No ha cambiado mucho, antes se hacía con carbón, y ahora hay quemadores a gas. No mucho más. Lo que sí, se consume mucho más que antes. Uno trata siempre de trabajar con materia prima de buena calidad, eso es lo fundamental. Y en mi caso, me gusta trabajar en un ambiente ordenado.

 

¿Le gusta el locro?

 

Sí. Sigo comiendo, me gusta. De hecho como del que no hago yo.

 

Y cuando come el que hace otro, ¿analiza o disfruta?

 

Si está rico, disfruto. Cada uno tiene una forma de prepararlo y está bien que así sea. Yo tengo una forma de hacerlo, nada más.

 

 

 EL LOCRO DE FENOGLIO-VENTURELLI

 

Proceso

 

En el caso de las locreadas para instituciones y si el día de entrega es el domingo, el sábado a las seis de la mañana se comienza con el trabajo de cortado y se finaliza en ese mismo día. El día domingo, de entrega, desde las 5 de la mañana se empieza con la cocción del guiso popular, para que esté listo al mediodía.

 

 

Ingredientes

 

Carnicería: Patitas de cerdo, cuerito de cerdo, huesitos de cerdo, falda, mondongo y chorizo.

Verdulería: maíz, porotos, zapallo, cebollas, y cebolla de verdeo. Y tomate triturado para la salsa.

Condimentos: Pimienta, sal, comino, pimentón y ají.

 

3 claves del locro de Fenoglio

 

1) Higiene en el lugar de trabajo, ya sea en la casa o en una institución.

2) Ingredientes de primera calidad.

3) La cocción lleva tiempo, no apurar la elaboración y tampoco “dejarla pasar”.