Es 1º de mayo y don José Frócil, de 83 años, nos recibe en su casa, precisamente en el taller que tiene en su patio, donde pasa la mayor parte de los días. “Chito”, como lo conocen sus íntimos, se encuentra trabajando inclusive hoy. Está terminando una pieza en la fresadora y, sin apagarla, nos cuenta su vida.

Desde el comienzo se ataja, dice no sentirse digno de una nota. “Soy un pirincho, hay un montón de personas que merecen un verdadero reconocimiento por todo lo que le dieron a la ciudad, debe haber más de 50 industriales pioneros a los que no conoce nadie y han sido muy importantes para el desarrollo de San Francisco”, cuenta.

La necesidad

Don José nació un 17 de marzo del año 1930. “Mi abuela me decía siempre que fue el año de la miseria”, recuerda. Es el mayor de once hermanos (ocho varones y tres mujeres) y hace 57 años que está casado con Elba Tricca (79 años), con la que tuvo cuatro hijos (dos hombres y dos mujeres).

Desde chico, él y sus hermanos tuvieron que salir a la calle para ayudar a la familia. “Antes era mucha la necesidad, éramos once hermanos así todos teníamos que colaborar”. A los 8 años tuvo su primer trabajo en una estación de servicio sobre avenida Rosario de Santa Fe (actualmente la Esso de Mondino). Pero José también estudió. En aquel entonces, salía de la escuela y con útiles y todo se iba para el trabajo donde pasaba gran parte de la tarde.

Con esfuerzo, “Chito” finalizó sus estudios primarios: “Cuando me dieron el certificado mi vieja me mandó a enseñarle el título a todo el barrio, mire lo que significaba en aquella época terminar la primaria”, dice con una sonrisa.

Con una memoria sorprendente, Don José recuerda que el 1 de marzo de 1945 ingresó a trabajar a la Fábrica Militar, con 14 años. Allí aprendió gran parte de sus conocimientos en el rubro metalúrgico y luego de 14 años integró una sociedad con Casa Grande, Imoberdoff y Frócil.  Pero tiempo después decide recorrer su propio camino e instala su propio taller en su casa. Desde entonces fabrica repuestos para maquinaria agrícola y realiza trabajos a terceros.  

Su único vicio

No fuma ni bebe y posee una salud de hierro, pero don Frócil reconoce que su vicio es el trabajo. Arranca bien temprano a la mañana y corta bien entrada la noche. “Trabajo todos los días de la semana –sostiene-, no sé si alguna vez falté por estar enfermo, no me acuerdo de haber tenido un resfrío, una gripe que me hayan hecho faltar al trabajo”.

“Muchas veces me dijeron ‘José te vas a morir al lado de la máquina’ y yo les respondo: “Ojalá te escuche Dios así no reniego ni hago renegar” y se ríe. Para don Frócil el trabajo es salud y su única terapia. “A la edad mía si dejo de trabajar ¿qué hago?”, se pregunta y mira la máquina funcionando, que espera sus manos.