Mónica Carrel (49) trabaja como maestra desde hace 25 años en el Colegio FASTA Jesús de la Misericordia, la misma cantidad de años que tiene la propia institución. Es que lo vio nacer, ya que formó parte del grupo que lo fundó.

La mujer se recibió de maestra jardinera en 1989 y luego de hacer algunos meses unas suplencias en Frontera y Colonia Marina fue invitada por padres de alumnos para fundar el colegio. “Y acá estoy, desde que se comenzó, en 1992”, cuenta orgullosa.

Debido a que los cursos aún no estaban constituidos, por tratarse de un colegio en auge, Carrel comenzó a dar clases en jardín de infantes, en la sala de 5. Fue con los años que se fueron anexando los otros grados.

Primeros años

Carrel recuerda que los primeros años no fueron fáciles. Incluso en 1998 peligró la continuidad del establecimiento, que estuvo cerca de cerrar. “Llegó un momento en que, como este colegio solventaba sus gastos de construcción y de mantenimiento con las cuotas de los socios, y la crisis afectó a todos, no pudieron costearlos más, estuvimos a punto de cerrar”, asegura.

Si eso sucedía, cuenta la docente, los niños corrían el riesgo de perder la escolaridad. “No había aval porque todavía no teníamos la inscripción definitiva, porque para tenerla, tienen que tener unos años de seguimiento”, rememora.

Crecer a la par de la escuela

A raíz de eso, padres, alumnos y docentes iniciaron una campaña solidaria para recaudar fondos. “Decidimos caminar la ciudad”, añade Carrel, que recuerda incluso haber resignado junto a sus colegas parte de su sueldo para colaborar.

Pero por fortuna, las alcancías que chicos y padres llevaban casa por casa se llenaron y el colegio resurgió.

Crecimiento

Con el paso del tiempo, el colegio fue creciendo en alumnos pero también en infraestructura.

La docente recuerda algunas anécdotas de los comienzos, como por ejemplo que segundo grado estudiaba en un salón y que por casi un año no tuvieron aberturas. O, por ejemplo, que la capilla también supo oficiar de aula cuando éstas aún estaban en construcción.

Para Carrel, el barrio siempre acompañó el crecimiento y los apoya: “Siempre nos respetaron en ese sentido y siempre sentimos que somos propiedad de este barrio. Nos respetan, no hay paredes pintadas, los alambrados están sanos, el barrio nos cuida. Eso para un colegio también es muy importante”.

Crecer a la par de la escuela

“Fue un crecimiento muy a pulmón. Tuvimos siempre la suerte de que los papás siempre estuvieron al lado nuestro”, subraya.

Necesidades

Carrel reconoce que el colegio, a pesar de ser privado, está inserto en un barrio que tiene muchas necesidades. “Su cuota no es elevada, pero a los papás les cuesta pagarlas”, dice.

Pero destaca que a pesar de ello, con el paso del tiempo el colegio se fue poblando de chicos de otros barrios que eligen estudiar ahí.