La historia de Claudia Arias, su marido Ricardo Manissero y sus hijas Florencia María del Milagro y María Macarena de la Esperanza es sinónimo de lucha, de sobreponerse a cada obstáculo que les puso la vida y de no rendirse para conformar la familia en la que hoy se convirtieron.
La última de sus batallas será vencida en los próximos días, cuando María Macarena de la Esperanza, de tres meses de vida, sea dada de alta con 2,160 kilos de peso, luego de estar en una incubadora desde que nació el 18 de abril pasado.

La beba nació con 700 gramos, fue prematura extrema, y pese a todos los pronósticos, faltan pocos días para que sea dada de alta y pueda irse a su casa, a vivir con sus papás. Y también con su hermana Florencia, de 11 años de edad, que la conoció a los pocos días de vida, con un permiso especial que le extendieron las autoridades del sanatorio de la obra social Osecac (Sanagec) para que la visitara en neonatología.

María Macarena es la hermanita que Florencia tanto les pidió a sus papás. Ella misma fue protagonista de su propia lucha, la de poder convertirse mediante la adopción definitiva en la hija de Claudia y Ricardo.

De una guarda transitoria a la hija esperada

Claudia y Ricardo se casaron en el 2006 y siempre tuvieron en claro que querían conformar una familia con hijos biológicos y adoptivos. Ambos prestaban servicio como voluntarios en la fundación Querubines y se anotaron en el registro de adopción sin saber si eran fértiles o no.

En julio de 2007, les ofrecieron convertirse en familia de tránsito de Florencia, una niña de 18 meses y con una historia complicada ya que era hija de una mamá menor de edad.

“La Justicia nos dijo que ella iba a estar a nuestro cuidado un mes. Por eso aceptamos el desafío, porque desde la Senaf nos dijeron que era por poco tiempo y hasta tanto se pudiera resolver la situación legal de su familia biológica. Pero Florencia se quedó con nosotros un año y medio”, comenzó relatando Claudia.

“Yo estaba convencida de que ella iba a volver con su familia biológica, pero fue su propia madre quien nos pidió que nos hiciéramos cargo de Flor. Por eso le pedimos al juez que resolviera la situación de esta bebé, porque ella ya nos llamaba papá y mamá. A fines de 2008, la Justicia decidió que la nena fuese llevada a la fundación Querubines, ante nuestra renuncia como familia de transito”, contó Claudia. “Fue muy doloroso, pero tuvimos que restituirla al hogar donde la Justicia había establecido que ella tenía que ir”.

A los dos días de estar allí, desde la misma institución sugirieron a la Justicia que Claudia y Ricardo fuesen la familia de Flor los fines de semana porque la niña pedía por ellos. “Ella ya nos había adoptado a nosotros”, precisó Ricardo.

“Ella venía toda apocada los viernes, y apenas se duchaba en casa era otra persona; pero cuando teníamos que llevarla al hogar se transformaba, y hacía una regresión como cuando era bebé”, contó Claudia. “Volvimos entonces a hablar con el juez para pedirle que le diera una familia, pero nos decían que era difícil porque la madre aún no era mayor de edad”.

Finalmente, en 2010, la Justicia decidió darla en guarda con fines de adopción y fue la propia Florencia quien pidió vivir con quienes ya consideraba sus padres. 

La sentencia de adopción definitiva la obtuvieron en el 2012. Claudia, Ricardo y Florencia pudieron conformar la familia que habían soñado. Pero entonces sobrevino el pedido de la niña. Les dijo: “quiero tener un hermanito”.

Embarazo contra el reloj biológico

¿Cómo cumplir con ese sueño de Flor? Claudia ya había cumplido 46 años. En exámenes de rutina le detectaron miomas en el útero. Le dijeron que debían operarla y sacarle el útero, pero para esto le pidieron un certificado de infertilidad que fueron a pedir al Hospital de Clínicas.

En ese nosocomio se entrevistaron con el médico José Pérez Alzaa, quien les dijo que por su edad la única forma de convertirse en mamá biológica era con una ovodonación. Y le recomendó a Claudia no quitarse el útero.

En principio por sus creencias religiosas rechazaron esta opción de tratamiento, pero además lo hicieron por cuestiones económicas. Aún no había sido sancionada la ley de Fertilización Asistida y la obra social no lo cubría, por lo que el costo se les hacía inalcanzable.

Por otro lado, desde que la nena se había convertido legalmente en su hija, en 2012, Claudia y Ricardo seguían reinscribiéndose todos los años en el registro de adopción. Pero el segundo hijo no llegaba y el pedido de Florencia se volvió insistente.

Para el 2015, ya estaba vigente la ley que obliga a las obras sociales a dar cobertura a los tratamientos de fertilización asistida, y el panorama que se abrió para Claudia y Ricardo fue otro. Habían pasado dos años desde la última operación de Claudia por los miomas, y en un control endocrinológico en la obra social Osecac, les sugirieron probar con la técnica de recurrir a óvulos donados para ser fecundados in vitro y luego trasferidos al cuerpo de Claudia.

“Fue un proyecto de familia y una decisión de los tres ir por la ovodonación”, relató la pareja. “Teníamos tan trabajado el tema, que nuestro único objetivo era tener otro hijo: no importaba si era biológico, con la donación de óvulos, o adoptivo”, explicó Claudia.

En Córdoba, acudieron a un Centro de Técnicas de Reproducción asistida en el que Osecac les daba cobertura, pero por la edad de Claudia les objetaron la realización del tratamiento. Por eso, la obra social los derivó a un Centro en Buenos Aires y allí fueron en tren los tres, con 15 horas de viaje, a tener su primera consulta. “Decidimos que mientras la obra social nos cubriera, íbamos a hacer la técnica. Pero si nosotros teníamos que pagar, no íbamos a arriesgar el capital de nuestra hija por ese objetivo. Ese fue nuestro límite y lo teníamos bien claro”, explicó Ricardo.

El tratamiento

En total, fueron cuatro viajes a esa ciudad. El primero fue en marzo de 2016, para reunirse con el auditor general de Osecac que les autorizó de inmediato el tratamiento, sin importar que Claudia estaba pronta a cumplir los 50 años y que había dejado de menstruar hacía dos meses.

En el segundo viaje, en junio, conocieron a los doctores Alejandro Oubiña e Ignacio Flemming, del instituto “Pregna” que les marcaron una “hoja de ruta” con los pasos a seguir y les detallaron los riesgos que podrían surgir en el embarazo con esa edad, como la diabetes gestacional, hipertensión, un aborto espontáneo, o parto prematuro, entre otros. En esa ocasión, Claudia y Ricardo dieron su consentimiento informado y se anotaron en el registro nacional de ovodonación.

“La tercera vez fue para realizar el tratamiento”, contaron. En una misma semana, Ricardo dejó sus muestras de esperma, se fecundaron los óvulos de una donante y el 21 de octubre de 2016 se hizo la transferencia de dos embriones al útero de Claudia.

En un lapso de tres meses, Claudia tenía un embrión implantado en su vientre con 50 años cumplidos. Quedó embarazada de mellizos, pero perdió uno de ellos en noviembre. El tratamiento fue cubierto en su totalidad por la obra social Osecac. “Nosotros íbamos con fe a buscar nuestro hijo y le habíamos pedido mucho al Cura Brochero para cumplir este sueño”, explicó la pareja.

El nacimiento de María Macarena

Pero Claudia presentó uno de los riesgos que le habían advertido los médicos. La presión alta le jugó en contra. Mucho tuvo que ver en esto que su marido fue operado de cálculos y adquirió una bacteria introhospitalaria que lo tuvo casi tres meses internado.

Finalmente, por las consecuencias que esa hipertensión podría causarle a madre e hija, terminó dando a luz por cesárea a María Macarena el martes 18 de abril de 2017 en Sanagec.

La beba nació sietemesina y con una prematurez extrema. Los pronósticos de supervivencia eran mínimos. “Ella nació con 700 gramos. Por haber nacido con inmadurez en sus pulmones, su ductus quedó abierto y tuvo que ser operada del corazón. Pero se sobrepuso a todo eso. Hoy pesa 2,160 y está próxima de alta”, precisó Ricardo.

La fe y el espíritu de lucha que caracterizó en todo momento a esta familia, hizo que no bajaran los brazos. Desde que nació, Claudia se estimula para generar leche materna que permitiera alimentar a su hija. Y el 13 de julio pudo darle la teta por primera vez.

En pocos días, cuando les llegue el concentrador de oxígeno que María Macarena necesita, podrá irse a su casa, donde la espera Florencia que sueña con su hermana desde hace muchos años. “Sabemos que muchas familias tienen prejuicios con la ovodonación como lo tienen con el mal llamado alquiler de vientre. Pero hay mucho que aprender sobre estas técnicas de reproducción. Hay que prepararse psicológicamente y arriesgarse. Nosotros pasamos del fundamentalismo absoluto a una apertura, y eso es el cambio de paradigma. Ojalá esta historia le sirva a quienes aún no se animan a dar este paso en sus vidas. Y a nuestros gobernantes y legisladores les pedimos que reglamenten lo que todavía falta: la subrogación de vientres y la agilización de los procesos de adopción, para que en el futuro muchas familias cordobesas también se completen como la nuestra”, concluyeron Claudia y Ricardo.

Pedido especial

En pocos días más, la beba se irá a su casa pero en los primeros tiempos necesitará una asistencia especial. Es por esto que insistieron en un pedido a los legisladores de Córdoba: la adhesión por parte de la Provincia a la Ley 27351 de electrodependientes. “Es necesaria ya que somos muchos los que tenemos urgencia por la misma. María Macarena requerirá por poco tiempo de un concentrador de oxígeno, el cual incidirá notablemente sobre el consumo de energía eléctrica”, enfatizaron Claudia y Ricardo.

Fuente: La Nueva Mañana