Por Nicolás Albera

El salón auditorio de la nueva escuela Raúl Villafañe es amplio. Y para sorpresa de muchos está cubierto casi hasta la mitad. Hay unas 50 personas sentadas esperando que comience la tercera clase de un taller que propone dejar de fumar en cinco días. Sí, así como suena aunque parezca mentira.

Entre la gente va y viene saludando el pastor Edwin Mayer, que integra al departamento de Educación para la Salud del Sanatorio Adventista del Plata, con sede en Entre Ríos. Este hombre, cuyo aspecto recuerda a esos actores de las series yankees de los años 80, es quien cierra cada noche la charla. No obstante, quien rompe el hielo es el doctor Mario Vignolo, director del Hospital Iturraspe e invitado especial de cada jornada.

“Hay muchos sobrevivientes”, le dice Vignolo al auditorio, antes de disertar sobre cómo afecta el cigarrillo al corazón.

Dinámica

El curso para dejar de fumar en cinco días surge por iniciativa de dos profesionales americanos, hace 55 años atrás, cuando todavía se discutía si el tabaco era bueno o malo. Son las instituciones médicas adventistas del país las que lo llevan delante de manera gratuita y en esta oportunidad bajaron a nuestra ciudad invitados por la iglesia local que los reúne: “El sanatorio no cobra absolutamente nada por esto; el deseo nuestro es ayudar a los demás”, le dijo Mayer a El Periódico.

Cada taller dura una hora y media. Los interesados en dejar el “pucho” escuchan atentamente y se cuentan sus experiencias personales por lo bajo cuando el disertante se toma un minuto de respiro.

“Es una terapia colectiva. Algunos buscan la solución en pastillas, otros se aplican parches. Nosotros pensamos que es una decisión personal dejar de fumar; les indicamos los males que provoca el tabaco, cómo encarar el tema de la alimentación, las bebidas que son o no convenientes, el tipo de respiración”, resumió Edwin.

Empieza el show

“¿Cómo pasaron el día?”, le pregunta Mayer al público. Entre risas y miradas bajas, algunos se animan a contestar. Una mujer que está sentada en primera fila responde que desde ayer (por el martes) fumó un solo cigarrillo al que dividió en dos.

Rápidamente el pastor mira a su izquierda y detecta a Eduardo. Se le acerca cómplice y le pregunta : “¿Cuánto fumó?”. Eduardo es un hombre de 62 años, que hasta el lunes a la noche fumaba tres atados y medio de cigarrillos, es decir unos 70 por día. “Intenté dejar hace unos años atrás pero nada. Me fui a pasar el día al campo, a entrampar pájaros y no llevé los puchos. Sufrí como loco; cuando llegué a casa lo primero que hice fue prender uno”, indicó a El Periódico.

Pese a ello, entre el martes y el miércoles ni siquiera fue a comprar. “Vengo con la frase que decimos acá, ´He decidido dejar de fumar`, mentalizándome. Me extraña que no me llamó la atención como creí que iba a pasar. Si llego al viernes (por ayer) sin fumar creo que no lo agarro más”, confió.

Una que sepamos todos

Mayer le propone a quienes quieren dejar el vicio repetir el estribillo de una canción que habían entonado el día anterior: “He decidido dejar el pucho, no fumo más, no fumo más”, tira a capella. Luego les enseña otra que dice así: “Salud delante, el pucho atrás; no vuelvo atrás, no vuelvo atrás”. Al unísono todos cantan convencidos.

Minutos después, el pastor les habla de los buenos hábitos en la alimentación. Mientras clava sus ojos celestes sobre el auditorio, les recomienda no hacer sobremesa tras la comida para no caer en la tentación.

Y sobre el final, les pide hacer una oración. Claro que nadie está obligado a hacerlo porque la religión está ajena al taller: “Lo que hago es convencer a la gente de la influencia que tiene la mente sobre el cuerpo”, apuntó a este medio Mayer.

Tras la oración todos se saludan hasta el otro día. Al menos afuera, nadie pidió fuego.