“El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que mejor se comparte”, dice alguna vieja frase. En nuestra ciudad existen muchos pequeños productores de la bebida, pero no lo hacen con fines comerciales sino por el mero placer de compartirlo con familiares, amigos y conocidos.

Carlos Barbieri y Víctor Caffaratta son dos de los tantos pequeños productores de vino y, como todos, cada uno utiliza sus propios métodos, recursos y secretos para elaborar la bebida. Un hobby que nació como una forma de experimentación y se transformó en una pasión y un arte.  

“Nunca se termina de descubrir los secretos del vino”

El empresario Carlos Barbieri elabora sus propios vinos desde hace más de 15 años, nació como una inquietud y se transformó en una pasión. “Tenés toda una vida para trabajar el vino y nunca terminar de descubrirlo”, sostiene.

Barbieri recuerda que su primer vino fue elaborado con uva común de mesa y con consejos de un amigo italiano que se encontraba en la ciudad. Sostiene que se interesó por la cultura vitivinícola, comenzó a instruirse con libros, a experimentar y a compartir saberes con otros productores.

En un principio, Barbieri y otros productores se contactaron con gente de Mendoza para traer la uva. “Nos juntábamos entre varios y llegábamos a traer 3 mil kilos. Cuando llegaba el camión era todo un acontecimiento porque cada cual buscaba su uva, empezaba a moler y a producir”, recuerda, y agrega que elige la uva malbec para sus vinos.

Pero como todo hobby, los procesos para la elaboración fueron perfeccionándose al punto de decidir ir a comprar la uva a Mendoza, ya que se demoraba cerca de dos días la llegada del fruto a San Francisco.

“Empezamos a buscar la uva, la cortamos y molemos allá, y la traemos fermentando en tachos de 200 litros. Pero cada productor tiene su historia, su amigo, sus secretos”, reconoce Carlos.

Con los años, Barbieri adquiere dos barriles de roble francés, una inversión que le costó alrededor de 1000 dólares, pero que significa un salto de calidad en el sabor de sus vinos. “Las bodegas por lo general usan sus barriles de una a cinco veces y los desechan, pero gente como uno lo utiliza por mucho tiempo”, asegura.

Este pequeño productor reconoce que la temperatura y la humedad “juegan en contra en la ciudad, pero nos vamos a los libros y nos adaptamos a lo que tenemos”. Una temperatura ideal para producir la bebida sería entre los 16 y 18 grados. 

Además Barbieri sostiene que “para hacer vino es fundamental tener tu espacio, tenés que tener tus damajuanas, tus máquinas, tu tapadora, tu barril”. Para esto el empresario construyó su propio sótano que, si bien no llega a mantener la temperatura ideal, ayuda y mucho para mantener el producto conservado.

Carlos elabora entre 250 y 300 litros de vino por año, lo deja estacionar durante año y medio, para luego embotellar.

Tanto la producción de Carlos como de tantos otros se destina a consumo personal, para compartir con la familia, amigos, e inclusive otros productores que, cada tanto, se reúnen para degustar entre colegas apasionados por el vino. “El comentario profesional de la mayoría de los vinos que se producen en San Francisco es de muy bueno a excelente. Y no sólo de enólogos nacionales sino de profesionales del exterior que han venido y probado nuestros productos”, reconoce Barbieri.

“Hacer vino es un placer”

Así lo asegura Víctor Caffaratta, un pequeño productor a quien la actividad artesanal no lo cansa. “Es una satisfacción probar tu propio vino, así no sea tan bueno”, reconoce.

Hace más de cinco años que Víctor comenzó a elaborarlos, había aprendido el arte de su padre que tenía una pequeña parra y luego gracias a un amigo de Porteña.

Caffaratta tiene sus parras de uva pinto heredadas de su padre en Miramar y a su vez compra otras en Colonia Caroya. El productor tiene su propio molinito, construido por sus manos, para moler la uva y utiliza tachos de plástico de 200 litros para que fermente la bebida. 

El pequeño productor elabora unos 100 litros de vino pinot y bonarda por año y si bien no cuenta con un sótano para mantener la temperatura de la bebida mientras fermenta, se las ingenia con botellas de hielo para lograr que el producto no se eche a perder.

“Los vinos que se hacen en la ciudad son uno mejor que el otro, y se nota que todos los productores tienen una pasión por hacer su vino”, asegura Caffaratta.

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NADA SE TIRA

En la producción del vino nada se desperdicia, aseguran los artesanos de la bebida. Con las sobras muchos elaboran grapa e inclusive vinagres.

PUNTOS A TENER EN CUENTA

1 kg de uva de primera calidad de Mendoza puede costar alrededor de 5 pesos.

5 pesos también puede valer un buen corcho.

Se utilizan distintos tipos de botellas. Muchos recomiendan las de tres cuartos, como medida ideal para una cena de dos personas.