Tan solo pasó un año. Aunque la sensación que todo lo ocurrido entre el 20 de marzo del 2020, cuando el presidente Alberto Fernández decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia del coronavirus, y el 20 de marzo de este año, hubiera sucedido en una década.

Tan solo pasó un año donde la cotidianeidad quedó trastocada y surgieron cambios muy visibles por fuera, a la vez que miedos de todo tipo, difíciles de exteriorizar, ante tanta incertidumbre.

En estos 365 días hubo en San Francisco más de seis mil infectados y –sumando a Frontera- poco más de 80 fallecidos por coronavirus.

Fue un año intenso y pese a lo transcurrido sigue habiendo muchas dudas y pocas certezas sobre la enfermedad. Lo que sí está claro es que debemos conservar ciertos hábitos que perdurarán sin dudas en el tiempo con el fin de cuidarnos y cuidar a los demás. Situaciones que llegaron para quedarse.

Quedate en casa

El imperativo “Quedate en casa” llegó desde arriba con el objetivo de cuidarnos, no exponernos al virus que estaba afuera y del cual poco se sabía. Se modificaron las rutinas diarias y aparecieron los trabajadores “esenciales”, con el personal de salud a la cabeza, aquellos que podían moverse de sus casas para concurrir a su lugar de trabajo con un papel que lo certifique. Los “no esenciales” pero que pudieron seguir en actividad lo hicieron virtualmente, con plataformas como Zoom o Meet. Según un reciente informe de Adecco Argentina sobre el primer año del home office masivo, un 62 por ciento de los trabajadores logró transformar su hogar en una oficina.

Otro grupo directamente no pudo seguir trabajando por unos meses, lo que resquebrajó todavía más las economías familiares.

Desde el 20 de marzo y por varias semanas aplaudimos a los médicos, médicas, enfermeros y enfermeras, cada noche a las 21, en reconocimiento a su labor.

A un año de la cuarentena: lo que pasó y aquello que llegó para quedarse

Las escuelas cerraron, las clases se mudaron a las pantallas de computadoras, tablets y celulares, pero muchos chicos no estaban preparados para la nueva normalidad y quedaron afuera de la educación formal al no contar sus padres con dispositivos, tecnología adecuada, internet o algo básico como la energía eléctrica.

Las fuerzas de seguridad salieron a ejercer el control desde sus móviles, sobre todo a partir de las 18, el horario donde todos debíamos estar puertas adentro. Fue el momento en que los deliverys ganaron la calle.

Hábitos que perduran

Lavarse las manos con frecuencia y con agua y jabón, o utilizar alcohol en gel o sanitizante, era uno de los hábitos que sí o sí debimos adquirir. También mantener la distancia social al momento de relacionarnos con otros, hasta que un día, a principios de abril, se decidió el uso obligatorio del tapaboca en cualquier espacio público. Además, la ventilación se volvió imprescindible en los espacios cerrados para mantener el aire limpio.

Visitar a un familiar no resultaba sencillo en la ciudad, menos si se encontraba fuera de ella. San Francisco fue una de las pioneras en controlar los accesos para evitar que ingresen viajeros con el virus. Cada día y noche, un grupo de funcionarios, concejales y otros trabajadores municipales se encargaban de custodiar los ingresos por ruta desde cada punto cardinal.

Asomando la nariz, mejor dicho los ojos

En mayo se abrió la puerta. El Centro de Operaciones de Emergencia (COE) permitió las salidas recreativas los fines de semana y feriados, a 500 metros de la casa. En ese momento no se podía correr ni detenerse en ningún sitio. Las plazas aparecieron valladas, los juegos encintados. La reunión en familia y con amigos no era factible en los espacios públicos. Tirarse por el tobogán para los chicos, tampoco.

Un mes después, en junio, volvieron a abrir los locales gastronómicos a casi tres meses del cierre. El regreso fue con horarios más cortos y protocolo.

A un año de la cuarentena: lo que pasó y aquello que llegó para quedarse

Ya en julio, Córdoba dejó el Aspo y entró al Dispo, es decir cambió aislamiento por una fase de distanciamiento social.

Con el correr de los días, los sanfrancisqueños cambiamos de objetivo: ya no era luchar para que el virus no entre, sino que se trataba de convivir con él. Octubre llegó con una oleada de casos que nos puso alertas y más cuidadosos. Pero a contramano, cada fin de semana las fiestas clandestinas, con hasta más de cien personas en algunos casos, ponían los pelos de punta a las autoridades, los vecinos y disparaba la curva de contagios hacia arriba.

Los casos positivos dejaron de contarse con los dedos de la mano, ya no eran tan fácilmente identificadas con nombre y apellido las personas contagiadas, aunque sí los fallecidos que empezaban a surgir.

También la pandemia puso en relieve las desigualdades económicas y sociales. Según el Indec, en ese momento, cuatro de cada diez argentinos estaba debajo de la línea de la pobreza. Desde Red Solidaria San Francisco y Cáritas recalcaban que la situación de los sectores más vulnerables se había agravado al detectar un aumento considerable en la demanda de ayuda, pero no así en las donaciones. A los comedores comunitarios y merenderos se les sumaron las ollas populares, nacidas para calmar el hambre.

La cabeza

La angustia, el temor y la ansiedad fueron los síntomas más palpables según profesionales de la piscología, ante la aparición del Covid-19.

El impacto en la salud psíquica de los sanfrancisqueños se fue agravando con el correr de los meses desde marzo del año pasado, calando profundo según un estudio impulsado desde San Francisco que mide los efectos en la salud mental durante la pandemia y cuenta con tres etapas.

Héctor Badellino, uno de los investigadores del mismo y profesor titular de la cátedra de Biología y Neurofisiología del Comportamiento de la Facultad de Psicología en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), contó que la última etapa del estudio ocurrió en diciembre y advirtió que el 20% de la población encuestada (en total unas 2000 personas) pensó en algún momento en el suicidio.

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El profesional, que trabajó de manera conjunta con María Emilia Gobbo, Martín Biotti, Valentina Álvarez, Camila Gigante y Mabel Cachiarelli- explicó que en la tercera etapa se observa un aumento de ansiedad, depresión y estrés si se lo compara con la primera etapa del estudio, aunque en menor medida que en la segunda realizada en mayo.

Por otra parte, Badellino informó que casi el 30% de quienes participaron de la encuesta presentó Trastorno de Estrés Postraumático y señaló que la mitad de la población encuestada aumentó de peso y reconoció hacer poca actividad física en este tiempo, lo que podría traerles consecuencias negativas a largo plazo.

“La cuestión económica sigue siendo un factor de riesgo para ansiedad, depresión y estrés”, reconoció.

La vacuna y las clases

Salvo algunos escépticos, muchos aprovecharon sobre finales de diciembre para brindar por la llegada de las vacunas rusas, tras el arribo al país de las primeras 300 mil dosis de la Sputnik V. Con ello se inició la campaña de vacunación con el personal de salud de la primera línea, a los que se le fueron sumando otros colegas, docentes, efectivos de las fuerzas de seguridad y mayores de 70 años. También una serie de vivos que fueron incluidos a dedo dentro de un listado que fue denominado como “vip”: funcionarios de segunda y tercera línea, legisladores y familiares.

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Por otro lado, el primer día de marzo de 2021, las aulas volvieron a abrirse para recibir a los estudiantes de manera presencial. Protocolo entre lápices y cuadernos, niños en “burbujas” y asistencia semana de por medio.

Así llegamos al 20 de marzo de 2021. Sí, tan solo pasó un año.