Raúl “Tuca” Juncos (55) no aparta los ojos de la pileta del club San Isidro, donde hace más de una década es el guardavidas referente del lugar. Casi a cada momento lo saludan de uno y otro lado de las instalaciones. Devuelve el gesto pero sigue concentrado en el ir y venir de los bañistas-muchos de ellos menores- que se refrescan en las aguas del rectángulo.

El “Tuca” Juncos es uno de los guardavidas de mayor trayectoria y más respetados en San Francisco, y cuenta con recorrido en casi todos los clubes de la ciudad.

Una vez terminado su turno, se dispone a charlar con El Periódico en la cercanía de la pileta, ahora sí, con semblante distendido. “Esto es una responsabilidad tremenda, es un segundo y ese segundo puede ser una vida. Nosotros sabemos que todas las cabecitas que se mueven -señala a los niños que se están divirtiéndose en el agua- son responsabilidad del guardavidas y no nos podemos relajar”.

Cuenta que “por suerte” nunca tuvo que atravesar ninguna situación de gravedad mientras custodiaba alguna pileta, aunque sí debió actuar en reiteradas ocasiones ante nadadores inexpertos o poco prevenidos que se confiaron de la tranquilidad del agua.

“Cuando tuve que actuar lo hice en el acto, porque estoy tan pendiente de la pileta que es segundo a segundo. Puedo estar hablando con alguien, escuchándolo, pero mis ojos están en lo que pasa en el agua, por eso nunca le doy la espalda a la pileta”, asegura.

“Esto para mí es una pasión-agrega-, como el deporte que jugué y en el cual soy entrenador que es el vóley. Ambas cosas me llenan mucho. Siento que la gente confía mucho en mí, ahora estoy en San Isidro y le agradezco mucho a la dirigencia, lo hago con mucha pasión y me preocupo”.

“Tuca” Juncos, el guardavidas que no le saca el ojo a la pileta

Inicios

Raúl dice con una sonrisa que fue la gente la que lo vistió de guardavidas. “Comencé con esto en las piletas de Sportivo Belgrano, pero no ejercía, estaba al lado del guardavidas porque sentía que era lo que quería hacer. Muchos de mis primeros conocimientos los aprendí estando al lado de los guardavidas”, recuerda.

Luego llegarían los años de perfeccionamientos con cursos, estudios y exámenes para revalidar el título. Fue, como se los llamaba años atrás, “bañero” en La Fábrica Militar, en el Sport Automóvil Club y luego fue convocado por la dirigencia de San Isidro.

“Nosotros siempre le tenemos que ganar al problema o al posible susto, tenemos que averiguar, mirar, analizar a la persona que ingresa a la pileta. Me ha pasado muchas veces que vienen y te dicen ‘yo sé nadar’, pero hasta que no lo vea a la persona en el agua a ver cómo se mueve no estoy tranquilo. Yo tengo que mantenerme tranquilo pero pendiente de todo”, insiste “Tuca”.

-A finales de los ‘90, todavía había piletas con trampolín, con bastante profundidad y con más riesgos. ¿Cómo fue variando el trabajo a través de los años?

Cambió mucho, todos esos cambios de anular los trampolines y de sacarle profundidad a las piletas a nosotros nos trajo más tranquilidad. Tenía que estar pendiente de la gente de la pileta y del que se tiraba del trampolín, era un riesgo. El descanso tuyo es cuando ves la gente tranquila, cuando ya disfrutó el agua, se cansó y está en el borde, pero por lo general salgo de acá con mis ojos y mi cabeza con una pesadez de tanta concentración. Soy una persona muy tranquila pero de hablar mucho, si veo errores trato de hablarles a los chicos y les explico a qué pueden llevar las consecuencias de sus errores.

Mientras habla se escucha que de diferentes rincones de las instalaciones llegan voces de aliento y reconocimiento: “¡Vamos Tuca! ¡Grande Tuca! Hasta una pequeñita salió del agua y comenzó a llamarlo a los gritos repetidamente y no volvió a la pileta hasta que el guardavidas se dio vuelta y la saludo con una sonrisa. “Algunos son terribles”, dice entre risas.

-¿Qué te genera el reconocimiento y el aprecio de la gente?

Me llena mucho, me vas a ver siempre hablando con alguien para que mejore y siempre trato de dar indicaciones. A las personas que vienen me gusta darles la tranquilidad de que están en un lindo lugar pero que hay que respetar. Colaborar y ayudar me llena, más allá de que sea mi trabajo, estoy tranquilo con la gente que me rodea, con la gente de la comisión. A los chicos guardavidas que me rodean trato de inculcarles lo que uno ha vivido para que ellos vayan creciendo. Ya me queda poco de esto.

A sus 55 años, Juncos mantiene un buen estado físico, afirma que entrena todos los días ya sea nadando o en el gimnasio y hasta sale a correr.

“Varios padres que vienen a la pileta me dicen: ‘Dejo los chicos porque sé que estás vos’ y eso me reconforta pero también me obliga a estar siempre atento. A veces uno reniega más con los adultos que con los niños, porque los más grandes creen que se las saben todas”.

“Tuca” Juncos, el guardavidas que no le saca el ojo a la pileta

-¿Cómo nace el apodo?

“Tuca” aparece en el colegio primario, en la escuela Primera Junta. Yo era de comer mucho y me ponía masitas en el bolsillo del guardapolvo para comer en clases. Como hacía ruido la maestra me llamaba la atención y me las quitaba. Entonces empecé a llevar tutucas en el bolsillo. Hasta que un día me agarró la profesora comiendo tutucas en una prueba de matemáticas y me dice: ‘Raúl, te vamos a poner tutuca’ y todo el curso se empezó a reír. En la escuela tenía varios compañeros del barrio que me siguieron llamando así, después en el club, el profe me empezó a decir tutuca. A medida que fui creciendo me fueron sacando letras, “tuca”, “tutu”, “tuquita”. 

Su familia y el amor por el vóley

Raúl es el menor de seis hermanos, uno de los cuales perdió la vida durante esta pandemia. Sus padres, ya fallecidos, fueron los que le inculcaron la humildad y la sencillez que caracterizan a “Tuca” y por el cual es tan valorado. Santiago, su padre, fue ferroviario, empleado de comercio y un apasionado del fútbol. Su mamá Carmen se desempeñó como ama de casa siempre al cuidado de los pequeños.

“Mi padre me inculcó muchísimas cosas de chico, él vivía el deporte con mucha pasión como yo. Me decía que me tenía que cuidar, era muy pegado a él, me aconsejaba, me pedía que tuviera lo que tuviera que sea humilde. Gracias a mi papá soy lo que soy, un tipo sencillo, que le gusta escuchar, dar un consejo si me lo piden y ayudar en lo que pueda”, sostiene orgulloso.

Y fue a través de uno de sus hermanos mayores que llegó la pasión por el deporte en el que se perfeccionaría: el vóley. “El mismo profesor de vóley de mi hermano me daba educación física, yo iba a ver los entrenamientos. Un día el profe me invitó a jugar y no paré más”, sostiene.

Su trayectoria profesional comenzó en el equipo del Sport Automóvil Club, bajo las órdenes de, entre otros, el profesor Orlando Olivero. Luego, gracias a su gran desempeño llegarían las posibilidades de jugar en Banco Córdoba en la capital provincial, en el 9 de julio de Freyre y en Colegio Rivadavia de Villa María.

En su trayectoria como jugador asegura que siempre buscó el perfeccionamiento: “Cada día o semana era una revancha o un aprendizaje. Saltar más, tener más resistencia, pegar mejor, siempre intenté perfeccionarme”, destaca.

Luego de su última experiencia en Villa María decidió dedicarse a enseñar y entrenar categorías formativas en distintos clubes de nuestra ciudad por más de 20 años. En la actualidad es profe en el club El Tala.

-¿Te sentís un poco personaje de la ciudad, alguien querido?

No sé cómo decirte. Que tengo muchos conocidos, tengo. Será por el vóley, por la pileta, uno va caminando y te conocen. Siempre me sentí cuidado y protegido, será porque les caigo bien, porque hago bien las cosas, no sé.

En este sentido, valoró a los clubes que le dan trabajo como San Isidro y El Tala: “Estoy muy agradecido con ambos porque no es fácil estar en un club durante una parte del año y en el verano en otro. Significa que aunque esté trabajando en otro club me respetan y para mí es un apoyo grande”, comenta con una sonrisa.

-Por la pandemia, ¿dudaste en algún momento de que podías volver a la pileta?

Dudé mucho en volver, me cuidé mucho y lo sigo haciendo para trabajar. Cuando me avisaron que iban a abrir la pileta fue una alegría inmensa, me ayudó a cambiar la cabeza, lo mismo con los regresos a los entrenamientos del vóley. Igual le tengo mucho miedo y respeto a esto del coronavirus, he perdido amigos, familiares, parece que se va y vuelve.

“Tuca” Juncos, el guardavidas que no le saca el ojo a la pileta

Un perfeccionista en lo que hacía

El reconocido profesor de educación física Orlando Olivero fue uno de los que marcó a Raúl en las actividades que hoy realiza, y esto lo reconoce el propio “Tuca”, además de que los une una amistad de muchos años.

Olivero recuerda que conoció a Junco cuando se hizo cargo del equipo masculino de vóley en el Sport Automóvil Club, alrededor de 1985, cuando el hoy guardavidas y entrenador era jugador.

“En ese momento-cuenta Olivero-, Raúl ya era un poco el centro del equipo porque era y es un fanático del vóley, un perfeccionista que practicaba dentro y fuera de la hora del entrenamiento. Te pedía que lo mires en determinados momentos para saber cómo estaba haciendo las cosas. Quería permanentemente perfeccionar su técnica”. 

Olivero sostiene que tras dejar el equipo luego de unos siete años, nunca perdió el contacto con Raúl.

El experimentado profesor remarca que “Tuca” siempre se mantuvo muy activo. “Salía a correr, iba al gimnasio, le gustaba mucho la natación, vino a entrenar natación conmigo y le corregí muchas cosas. Y como soy uno de los profesores que dicta el curso de guardavidas, lo volví a tener como alumno y a partir de eso comienza a trabajar en la actividad que también le encanta”, explica.

Olivero considera a Raúl “una persona sencillísima y humilde” y alguien que sabe escuchar consejos. “Es de esos personajes que los conoce todo el mundo y precisamente lo conocen porque es buena gente”, cierra.