“Tío Pablo”: el hombre que creció en la Residencia y hoy guía a otros como figura paterna
Este domingo se celebra el Día del Padre, y la historia de Pablo Ochonga es una de esas que conmueven. Pasó su adolescencia en la Residencia Infanto Juvenil y hoy, desde el otro lado, acompaña como educador a niños y jóvenes que atraviesan situaciones similares a la suya. Además, transita su primera experiencia como papá primerizo de Luana.
Pablo Ochonga tiene 32 años y hace tres meses comenzó a trabajar como educador —o "tío", como lo llaman afectuosamente los chicos— en la misma Residencia Infanto Juvenil de San Francisco que lo recibió cuando tenía 12. Llegó con uno de sus hermanos y otras dos hermanas en un momento crítico de su infancia, cuando su madre ya no podía sostener sola a sus diez hijos.
“Era chico y no me daba cuenta de muchas cosas. Después entendí que estaba ahí porque lo necesitaba. Si no, habría terminado en la calle. Y la calle, a esa edad, no te enseña buenas cosas”, relata con honestidad.
Aquella experiencia lo marcó. Hoy reconoce que su paso por la Residencia fue lo que evitó que tomara un camino sin retorno: “Si no hubiese venido, quizás estaría preso o destruido por el consumo. Acá encontré otra oportunidad”.
Durante los años que vivió en la “Resi”, Pablo fue contenido por quienes entonces cumplían el mismo rol que hoy él asume: el de acompañar, enseñar y brindar un sostén emocional a chicos en situación de vulnerabilidad. “Estoy tratando de hacer mi mejor esfuerzo para llegar a los chicos como me llegaron los tíos cuando me tocó a mí. Me siento querido, me gusta que me reciban con un ‘ahí viene el tío Pablo’. Me llena el corazón”, asegura.
Cuando la experiencia se transforma en vocación
En su tarea cotidiana, Pablo acompaña a los adolescentes en su formación personal, en la convivencia y en los aspectos básicos de la vida diaria. Pero su trabajo va mucho más allá de lo funcional, también representa una figura de apego y contención. “Uno entiende que no es fácil para ellos. Están acá con otros chicos que tienen los mismos problemas. Yo vengo unas horas y después me voy a mi casa, pero ellos se quedan. Por eso, si uno tiene la posibilidad de darles algo que les falta, hay que hacerlo. Les genera seguridad saber que hay alguien que está para ellos”.
A Pablo lo conmueve especialmente el vínculo afectivo que ha logrado construir con los chicos. “Te piden abrazos, te buscan, se refugian en vos. Me emociona poder estar ahí para ellos. Me hace sentir orgulloso”, afirma. Reconoce que muchas veces se proyecta en ellos. “Yo también estuve en ese lugar. Me pongo en sus zapatos. Por eso puedo comprenderlos”.
Además de su rol como educador, Pablo también es padre. Tiene una hija de cuatro años llamada Loana, con quien mantiene un fuerte vínculo. “No tuve un padre presente, pero tengo la oportunidad de estar para ella. Juego, la acompaño, la educo. Me dice ‘Papi, te amo’ y me llena el alma”, dice, visiblemente emocionado.
Su hija aún es pequeña, pero él intenta explicarle en qué consiste su trabajo: “Le digo que voy a cuidar a otros chicos. A veces me responde con celos: ‘No, papi, no te vayas’. Pero sabe que los estoy ayudando”.
Ser padre sin haber tenido una figura paterna no ha sido sencillo. Pablo lo reconoce: “Aprender a ser padre fue un desafío. Me crié solo, con mi hermano, sin una figura de referencia. Pero trato de hacer las cosas bien, de enseñarle valores, que respete a los demás y que sepa que siempre voy a estar”.
En su relato también rescata el ejemplo que le dejó quien fue su padrastro por algunos años. “No era mi padre biológico, pero me enseñó muchas cosas. Cuando los chicos de la calle venían a buscarme, él los corría. Me protegía. Eso me marcó”.
Su mensaje
La historia de Pablo no solo es un ejemplo de resiliencia, sino también una forma de visibilizar el valor del trabajo que se realiza en instituciones como la Residencia Infanto Juvenil. Allí, en silencio y con compromiso, se acompañan trayectorias de vida muy complejas. “Ahora soy tío y veo muchas cosas que antes no veía. Estoy desde otro lugar”, reflexiona.
Pablo asegura que aún recuerda con claridad su primer día en la residencia. “Escuchaba que decían ‘tío’ y no entendía. Después me explicaron. Me costó, pero con el tiempo entendí que estar ahí me salvó”, confiesa. También recuerda por qué había dejado la escuela: “No tenía ropa ni útiles. Me daba vergüenza. Prefería faltar. Pero todo cambió cuando llegué a la residencia. Se cortaron muchas malas juntas”.
Hoy, con trabajo estable, una hija y su hogar en barrio Roca, Pablo construye un presente distinto al que imaginaba años atrás. “Estoy feliz. Me imaginé muchas veces trabajando acá, y hoy estoy donde quiero estar”.
Este domingo, Día del Padre, su historia invita a mirar las distintas formas de ejercer la paternidad. Pablo lo hace desde el corazón, con presencia, empatía y compromiso, tanto con su hija como con los chicos que acompaña en la “Resi”.