Adrián Evangelio Vilchez tiene 88 años y sigue ejerciendo la profesión de sus amores. Es médico clínico que atiende a los más necesitados. Nació en Villa Dolores -San Luis- en un humilde hogar de nueve hermanos donde conoció la dura vida rural y el trabajo desde niño. En su juventud se despertó la vocación de ayudar a los demás y se decidió a estudiar medicina en la Universidad Nacional de Córdoba.

Con humildad debió ahorrar y trabajar para lograr su objetivo, y ya recibido dedicó su vida para ayudar a los más necesitados en zonas rurales, al lado de Clelia, su compañera de vida.

Usted provenía de una familia muy humilde, ¿cómo fue decidirse estudiar medicina en una época donde solo estudiaban los hijos de los doctores?

Mi padre era cochero de plaza, como antes, después vinieron los taxis, estamos hablando de 1935 por ahí. Y mi madre era cocinera. Era una familia muy humilde de nueve hermanos. Primero quería ser marinero, tenía todos los papeles y lo único que me faltaba era la firma de mis padres, pero mi madre no quiso. Toda mi carrera primaria y secundaria fue un desastre, vago al 100 por ciento, jugaba al fútbol en alpargatas, conocí los zapatos cuando terminé el secundario. A los 20 años, me salvo de hacer el servicio militar. Y un día me despierto, creo que fue un llamado, voy a la pieza donde estaban mis padres a pedirles permiso para estudiar medicina, entonces mi viejo me dijo: ‘¿Con qué plata?’. Le recordé de una pariente lejana en Córdoba, le hablamos por teléfono y me aceptaba por dos o tres meses hasta que consiguiera trabajo.

“En la vida tuve dos amores, mi señora y la medicina”, dijo el Arquitecto Social 2018

¿Cómo fue llegar a la ciudad en aquella época?

No conocía Córdoba, mi padre me llevó y me anoté en la facultad, fuimos de la casa de la pariente y después me dejó en la puerta del Hospital de Clínicas y se fue: ‘Te la arreglás’, me dijo. En la primera clase había como 500 alumnos, yo miraba para todos lados asustado. Mis compañeros eran gente relativamente de dinero, antes solo los pudientes estudiaban y de mí nadie creía que yo pudiera llegar a ser médico, ni los profesores. Vivía en barrio Colón y al Hospital me iba caminando para ahorrarme los 10 centavos del tranvía, me llevaba una hora llegar. Me recibí de médico cirujano en 1959 pero siempre me gustó medicina clínica, así empecé a ejercer.

¿Cómo era atender a pacientes en el campo?

Siempre dije que donde faltara un médico yo iba a ir. Primero trabajé en El Tío y luego nos fuimos a Castelar, era el 9 de agosto de 1963. Y estuve 25 años desempeñándome como médico. Era una realidad muy diferente, los pacientes me pagaban con salames a la grasa, con huevos, con gallinas y hasta liebres. Y si no tenían los atendía lo mismo. Hasta que mi señora un día dijo basta, porque nuestros hijos iban a estudiar y necesitábamos mantenerlos con algo, entonces salió con un cuadernito a cobrar las visitas a las casas. Había gente que me pagaba al año con lo que sacaba de la cosecha.

“En la vida tuve dos amores, mi señora y la medicina”, dijo el Arquitecto Social 2018
El doctor fue reconocido con el premio Arquitecto Social del año. 


Su esposa hizo de secretaria entonces…

Adoré a mi señora por el coraje que tuvo de dejar todas las cosas para seguirme a mí a trabajar como médico rural. Clelia fue mi esposa, mi compañera, la madre de mis chicos, contadora, secretaria y ayudante de enfermera. Ella me ayudó a salir del pozo de inferioridad que yo tenía. Creo que todo está escrito en la vida, porque a ella la conocí sin querer y le faltaba un año para ser profesora de filosofía y letras, dejó eso y las comodidades de Córdoba para seguirme a mí.

¿Y cómo llega a San Francisco?

Vine casi sin querer, porque a varios de los pacientes que tenían alguna complicación los derivaba a San Francisco y un día me ofrecieron hacer guardias en la Cruz Azul los días viernes. Y así empecé. Hacía guardias y volvía a Castelar. Hasta que nos instalamos en la ciudad en 1988. Desde entonces sigo acá y atiendo a toda la gente que viene. El médico, como dijo la madre Teresa, ‘debe servir al enfermo’.

¿Qué lo mantiene en actividad?

Estoy jubilado pero puedo seguir ejerciendo y esto lo hago porque me costó mucho ser médico y tuve en la vida dos amores enormes, mi señora y la medicina. Cuando ella fallece solo me quedó la medicina. Por dos años más voy a seguir, hasta los 90, después veré.