En el marco del Día Mundial del Cáncer de Ovario- conmemorado el 8 de mayo-, Cecilia Arato (38) compartió su historia de lucha, resiliencia y concientización. 

A dos años de haber recibido su diagnóstico, asegura estar atravesando un presente esperanzador: “Hoy estoy muy bien, gracias a Dios. Justo en mayo se cumplen dos años desde que me dieron el diagnóstico y en enero empezó mi recuperación”, contó en diálogo con El Periódico. 

Actualmente, Cecilia continúa su tratamiento con inmunoterapia: “Me estoy haciendo unos sueros preventivos cada 21 días. Son dos años de tratamiento y ya llevo uno cumplido. Según mi oncólogo, el doctor Lavarda, clínicamente estoy perfecta. Así que la verdad, estoy muy contenta”. 

El cáncer apareció sin previo aviso y en un estadio avanzado: Cecilia fue diagnosticada en estadio 4, casi entrando a 5. “Los médicos no podían creer que no tuviera dolores fuertes ni estuviera postrada”, recordó. Fue su fe inquebrantable, su conexión espiritual y una actitud firme ante la adversidad lo que le permitió encarar el proceso desde otro lugar. “Cuando me dijeron que tenía cáncer de ovario, lo primero que pensé fue: ‘no me voy a morir de esto’”. 

Su primer paso fue aceptar. Luego, transitar. Y en ese trayecto, sumar herramientas: además de su tratamiento médico, Cecilia acompañó el proceso con terapias alternativas que le permitieron equilibrar su salud física y emocional. 

“Un día a la vez” 

Rememoró el momento más difícil de su batalla: la operación de extracción de los ovarios y la grasa peritoneal. “El médico me dijo que la enfermedad estaba muerta y que solo tenían que rasparla. Esa fue la primera noticia alentadora”. Sin embargo, después de la operación, surgieron complicaciones: un sangrado vaginal y fiebre y la obligaron a ser trasladada de urgencia a Córdoba. 

“Fue un momento de crisis. Me sentía débil, no quería enfrentar otra cirugía. Pensaba que no iba a sobrevivir. Pero ahí apareció el médico que me dio la fortaleza necesaria. Él me tomó de la mano, me dijo ‘tenés mucha vida por vivir’ y me dio la confianza que necesitaba”, sostuvo. 

Desde entonces, su mantra fue “un día a la vez”. Aceptar los días buenos y también los malos. “Aprendí a escucharme. Si un día no puedo trabajar o hacer algo, está bien. Me lo permito”. 

Su experiencia también la enfrentó con uno de sus deseos más profundos: ser madre biológica. “Fue muy duro aceptar que no iba a poder gestar. Pero entendí que si una realmente quiere ser madre, hay otras formas. En mi trabajo como acompañante terapéutica, también materno. El amor no tiene una única vía”, expresó. 

La red emocional fue clave en todo su proceso. Cecilia destaca el acompañamiento de su compañero de vida, su familia, amigos y especialmente el grupo del LALCEC. “Hablar con personas que están transitando lo mismo te devuelve una empatía distinta. Nos entendemos de una manera única”, señaló. 

Para Cecilia, hay dos caminos posibles ante un diagnóstico así: “Podés elegir victimizarte o podés elegir el camino del amor. Y yo elegí el amor. Elegí aceptar, aprender y transitar el proceso. Para mí, lo fundamental fue la fe, el amor y la aceptación. No es fácil, Pero hay que confiar en uno mismo, en Dios, y dejarse sostener por esa red que te inyecta vida”. 

Hoy, a dos años de aquel diagnóstico inesperado, Cecilia vive con gratitud. Con cicatrices, pero también con luz. “Ya no planifico tanto el futuro. El cáncer me enseñó que lo único que tenemos es el presente. No se trata de lo material. Se trata de a quiénes tenemos al lado. Si tenés amor, tenés todo”, concluyó. 

Sobre la enfermedad 

El cáncer de ovario es un tipo de tumor que se desarrolla en los ovarios, órganos reproductores femeninos encargados de producir óvulos y hormonas. Es conocido como un “cáncer silencioso”, ya que en etapas iniciales suele no presentar síntomas claros. 

Entre los signos posibles se encuentran hinchazón abdominal, cambios en el apetito, dolor pélvico o necesidad frecuente de orinar. 

Se diagnostica con estudios por imágenes, análisis de sangre (como el marcador CA-125) y biopsias. 

El tratamiento puede incluir cirugía, quimioterapia e inmunoterapia. La detección precoz mejora significativamente el pronóstico.