Perdón a lectores y lectoras si la nota comienza demasiado autorreferencial, pero fue la forma que encontré para introducir la historia de un vecino de la ciudad cuya tarea como médico fue muy importante para mi familia.

El 2017 empezó con un duro golpe para nosotros. El 19 de enero, a media mañana, un automóvil chocó a mi hermano Javier “Vientito” Romero en avenida Rosario de Santa Fe al 900. Dicen los que llegaron a ver el accidente que voló unos dos metros por el aire. Que quedó tirado sobre el asfalto caliente con sangre brotando de sus oídos, entre espasmos de dolor y agonía. Muchos se persignaban ante lo que veían. Alguien, nunca supimos quién, le colocó un cartón encima para protegerlo de los rayos solares y evitar quizá, aquella espantosa imagen tan cercana a la muerte, mientras llegaba un servicio de emergencias.

Aquel terrible siniestro le ocasionaría traumatismo de cráneo y múltiples lesiones, entre ellas las más severas en la columna cervical, fractura en la séptima vértebra cervical, y entre la quinta y sexta dorsal.

Internado en Terapia Intensiva luego llegaría ese sinfín de informaciones y situaciones que van atravesando los familiares cuando les toca vivir este tipo de incidentes: que tenían que extirparle el bazo, que la lesión cervical era más compleja de lo previsto, que necesitaba una prótesis y operación urgente.

En el mientras tanto, alguno que otro que se acercaba a la familia nos decía “llévenlo a Córdoba”, “en Rosario hay mejores especialistas”, “derivalo a un privado” y todas esas advertencias que en ese momento descolocan. Ante esas dudas, el propio director del Hospital, Valentín Vicente, y el jefe de terapia, Rodolfo Buffa, nos pidieron confianza en el equipo de traumatología del nosocomio público y garantizaron la capacidad de quien tendría a su cargo la intervención: el traumatólogo y especialista en columna, Andrés Pagés.

La operación fue un éxito, sin embargo días después el rumor entre médicos y enfermeros que luego llegó a oídos de la familia era que en la sala de operación o en el post quirúrgico “hubo algo de milagroso”.  

Milagro o no, mi hermano Javier sigue con nosotros, recuperado y haciendo una vida prácticamente normal, no solo gracias a la intervención del doctor Pagés sino a un sinnúmero de profesionales del Hospital, de distintos servicios, que le brindaron una extraordinaria atención, digna de valorar.

Hombre de recorrido

Años después de aquel hecho, el doctor Pagés me recibe en su casa de barrio 20 de Junio, vestido de sport con la advertencia: “¿En cuánto terminaríamos? Me están por llamar para una operación”.    

Previo a la charla admite que no le gustan las entrevistas y menos las fotos. Es hombre de un hablar sereno, preciso y conciso, como él mismo lo define.

Andrés Carlos Pagés tiene 46 años es nacido en San Francisco. Hijo de docentes, Francisco -maestro de taller en el IPET 50 Emilio F. Olmos-, e Irma -maestra de guardería que también se desempeñó durante muchos años en la Casa del Niño-. Es el mayor de tres hermanos; lo sigue Gustavo, abogado que reside en Córdoba, y Nicolás, que también ejerce la medicina.

Andrés estudió en la escuela primaria Río Negro y realizó sus estudios secundarios en la Escuela de Trabajo.

“A veces suceden milagros”, asegura el traumatólogo Andrés Pagés

-¿Cómo se da ese cambio rotundo de una escuela técnica a la medicina?

-Tenía la idea de hacer medicina inclusive antes de ir a la Escuela de Trabajo. Estudiar en el IPET 50 se dio porque mi viejo daba clases ahí, era más fácil poder ingresar y la doble jornada era mucho más fácil porque íbamos juntos. Lo de la medicina viene porque la hermana de mi padre y mis tíos son médicos, están en Mendoza, de ahí vino el llamado de la carrera.

En la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Pagés se recibió de médico con especialidad en traumatología y ortopedia. Luego llegaría, con esfuerzo y estudio, una subespecialidad en cirugía de columna.

“Estuve trabajando durante casi ocho años en el Hospital de Niños de Córdoba, en cirugía pediátrica. Allí fui residente de un médico que se llama Amílcar Beyot, un cirujano espinal muy reconocido a nivel nacional e internacional. Con él aprendí muchísimo, luego recorrí Europa y América Latina realizando distintas pasantías y subespecialidades en cirugía de columna”, detalla.

En su recorrida por Europa estuvo en Barcelona para capacitarse en cirugía espinal en el prestigioso Hospital Universitario Vall d'Hebron.

En 2006 regresó a San Francisco y al poco tiempo se sumó al equipo de traumatología del Hospital Iturraspe.

-Con tantos años trabajando en traumatología imagino que ya nada lo impresiona…

-No sé si es tan así, uno como que se va acostumbrando al ver tantas lesiones pero lo que llama mucho la atención es que las lesiones son cada vez más graves. A ver, siempre hubo lesionados graves con traumatismos de cráneo, lesiones de columna o amputaciones, pero la magnitud de las lesiones se fueron intensificando con el tiempo y creo que un gran problema es la falta de casco en los conductores de motos. Estos accidentes entre motos que van a gran velocidad, o entre moto y otro vehículo, vinieron a aumentar las lesiones en cantidad y complejidad. Cuando comenzaron las flexibilizaciones por la pandemia fue como que la comunidad se relajó, se perdió el uso del casco y volvieron esas lesiones gravísimas.

-La pandemia con el sedentarismo y el trabajo en casa, ¿dejarán secuelas a futuro en cervicales o columna?

-A nivel internacional se han publicado artículos científicos sobre las malas posiciones cervicales por el home office, así como también deformidades cervicales en niños por el uso excesivo del teléfono celular y las malas posturas, hay advertencias en cuanto a esas situaciones. Y creo que tarde o temprano esas problemáticas van a llegar a nuestra comunidad.

Pagés confiesa que al menos durante tres días de la semana se levanta a las 4 de la mañana para estudiar casos que atañen al trauma en columna. Para ello se capacita con cursos o revistas especializadas del exterior. A la vez, forma parte de un grupo de ocho cirujanos de columna de gran prestigio en la provincia y el país que se reúne semanalmente vía internet y en el que discuten los casos complejos que atañen a cada uno.

Casos que lo marcaron

Pensando en su trayectoria y su recorrido por distintos países del mundo le consulto por los casos en los que tuvo que intervenir y que de alguna manera lo marcaron. Me sorprende al responder que en primer lugar se le viene a la mente el accidente y la operación de mi hermano Javier. “Tengo varios casos que me marcaron, el de tu hermano claramente fue uno -asegura-. Fue una cosa que no la esperábamos. Operar a un chico con múltiples fracturas, que no sabíamos si iba a sobrevivir y de a poco con el esfuerzo de la gente de la terapia intensiva lo fuimos operando, le colocamos una prótesis en la columna, no sabíamos si podía quedar parapléjico. Cuando le sacamos las cosas empezó a mover un poco las piernas, nos pusimos contentos, empezó a abrir los ojos, nos alegramos todavía más, no sabíamos si iba a hablar o cuáles podían llegar a ser las lesiones neurológicas. La cosa es que el flaco se volvió de Santa Fe caminando -había ido a realizar parte de su rehabilitación-, y no lo podíamos creer. A veces los milagros suceden y lo de Javier fue un milagro. Todavía ahora no lo podemos creer”.

Entre tantos otros hechos que enumeró, Pagés se refirió al de Nicolás Rivero, aquel hombre que regresaba a su casa a Corrientes y tumbó con su camioneta en la ruta nacional 158 frente al acceso al Parque Industrial y que finalmente perdió la vida meses después del accidente ya internado en un hospital de la capital provincial. “Ese hombre fue muy especial porque lo operé el Día del Padre, se accidentó un viernes, a la madrugada se consiguieron los implantes y lo operamos. Fue una situación muy emotiva, porque ahí estaba su hijo, son cosas que a uno le quedan marcado”, subrayó.

Murió el hombre accidentado en junio frente al Parque Industrial

-¿Usted es creyente?

 -Somos de familia creyente, no practicantes, pero tuvimos una situación familiar muy fea con uno de mis hijos que casi se nos muere. El médico terapista nos pidió que nos preparemos para lo peor y con mi señora, que es más católica que yo, fuimos a la iglesia, rezamos y no sabemos qué pasó. Fue algo inexplicable pero mi nene se recuperó. Entonces cada tanto, aunque no soy mucho de pedir, me parece que hay que pedir en contadas situaciones, pero cuando tenemos esos casos difíciles antes de acostarme rezo y hago un pedidito, no está de más y nunca sabés qué va a pasar.

-Se dice que los terapistas y traumatólogos tienen cierta frialdad a la hora de hablar con los pacientes o los familiares de personas internadas, ¿qué opina al respecto?

-Es así, lo que pasa es que uno tiene que tratar de no transferir lo que uno siente a la gente, a los familiares del paciente. Es una realidad, hay médicos que son de hablar más con la gente, otros que no tanto. Yo trato de decir lo justo y necesario. Tenía profesores que me decían: ‘Mientras más le explicás a la gente más se confunde’. Son puntos de vista distintos, creo que uno debe ser lo más conciso y práctico posible para que te entiendan de la mejor manera. La relación es muy finita porque cuando las cosas salen bien somos todos Gardel, pero cuando no, pasás a ser el peor de todo, el que no sabe nada. La relación con la gente es compleja, sobre todo cuando el paciente está en terapia, porque el cuadro clínico puede cambiar rápidamente.

Andrés está casado y tiene tres hijos varones: Tomás, Juan Ignacio y Santiago, aunque hasta el momento ninguno seguiría sus pasos como médico y eso parece tranquilizarlo: “Mi hijo mayor en algún momento quería ser médico, a mí la verdad no me convencía mucho, si bien es una profesión muy linda, es para amargarse mucho. Te da satisfacciones pero también frustraciones, amarguras y tenés que estar pendiente las 24 horas. No soy de imponer nada y él por su cuenta eligió otra cosa”, sostiene.

-¿Cuáles son entonces las satisfacciones en su carrera?

-Para mí, cuando estás en la calle y te saluda alguien que operaste o trataste y te agradece, eso no tiene precio. La gente piensa que para los médicos lo principal es la plata, en realidad lo que los médicos buscamos, la mayoría diría, es la confianza que deposita el paciente o la familia ya sea en uno o en el equipo quirúrgico. En medicina todo puede pasar, pero se pueden quedar tranquilos que uno va a hacer lo humanamente posible para solucionar el problema y que salga de la mejor manera posible. Esa confianza que te brinda la familia es impagable.

Un buen equipo

Pagés destacó y valoró poder trabajar con el equipo de traumatólogos del Hospital a cargo del doctor Daniel Giubilato como jefe de servicio y que también integran Hernán Gionio, Fernando Prámparo, Nelson Ecke y Eduardo Armando. Hace poco tiempo se sumó el neurocirujano Agustín Maccio.