Gonzalo Giuliano Albo es profesor de Historia y de Inglés, pero más allá de eso es un voluntario que vive la cruda realidad social de cerca, colaborando diariamente en distintos comedores de la región, como prefiere llamar para romper los límites que separan, como si fueran bloques independientes, a San Francisco, Frontera y Josefina.

 ¿En qué merenderos colaborás?

 Los merenderos de Frontera en los que colaboro son los de San Javier y San Roque. En realidad los indispensables en los merenderos que yo conozco son Lidia Salas en San Javier; Paola Rapetti en San Roque; Marcelo Suppo en La Virgencita; y Graciela Magario en el merendero de las 800. Ellos son los que brindan todas las estructuras, fundan y activan las bases sobre las que uno después puede trabajar cómodo. Ellos son los mentores de todas estas políticas.

 ¿Cómo llegás a los merenderos?

 Uno  través de los colegios se empieza a conectar con merenderos y se encuentra con que en los últimos tres años florecieron de manera desmedida. Son una imagen muy contradictoria, porque uno los aprecia como sitios en donde se trata de contrarrestar males sociales, sitios de educación, sitios de solidaridad, en donde se trata por sobre todo de que la crisis no se lleve puesta a la mitad de la población. Un día la situación económica puede llegar a mejorar, pero si los chicos tienen problemas neurológicos derivados de la desnutrición o un nivel intelectual bajísimo por falta de estimulación, entonces la crisis se prolonga 30 años.

 ¿Con qué te encontraste cuando saliste del aula y entraste a un merendero?

 Me encontré con algo mucho peor que lo que yo suponía. Hay barrios que son sumamente desfavorecidos, es muy difícil para esos chicos en medio de tanta balacera, violencia, necesidades o falta de apoyo escolar, sobrevivir y tener futuro. Ahí uno nota realmente cuánto es adquirido por el medio familiar y cuánto viene por el contexto social en el que viven, y lo que uno cree que es realmente mérito propio.

¿Alguna situación que te haya marcado? Me mata ver a los pibes entrando solitos al merendero, viniendo de su casa. A la escuela hay que llevarlos, pero el chico elige solo el merendero. A veces son las nueve de la noche y los padres no lo vinieron a buscar, pero el pibe no se quiere ir. Sabe que ahí hay juegos, hay juguetes, gente que les alcanza jugo, que les sirve la merienda, que les pone una curita si se raspan, que los escucha. Eso es muy gratificante, saber que ellos nos han elegido. Uno no va a enseñar nada, uno va a acompañar y permanentemente aprende porque todas las suposiciones que hacemos son desde nuestro confort dentro de los cuatro bulevares, con calles barridas e iluminadas y lo que pasa en la barriada es distinto.

 Tenés una visión muy positiva pero también muy crítica sobre los merenderos, ¿deberían existir?

 No, para nada, pero en este momento están cumpliendo un papel fundamental. Todavía necesitarían pasar a otra etapa, en la cual no cada uno atienda su quinta y el esfuerzo se diluya, que es el de organizar los merenderos y las organizaciones barriales para interpelar a las autoridades y pedir que esto no sea un esfuerzo de donaciones privadas o  un acto humanitario del Concejo Deliberante, sino que tenga legalidad presupuestaria.

 ¿Hasta dónde debería intervenir el Estado?

 No se puede seguir trabajando sobre la improvisación diaria. Necesitamos asegurar, es una responsabilidad constitucional que tiene el Estado de proteger a los más débiles. Debemos dejar de tener la imagen internalizada de la derrota, conformarnos con que nos digan se hace todo lo que se puede. No se hace todo lo que se puede, se tiene que hacer más. A los merenderos no se los puede ignorar.

 Más allá del alimento, ¿qué otro tipo de asistencia se les brinda a los chicos?

 Hay talleres de murga. Se da inglés, apoyo escolar. Los estamos llevando a la Colonia de Vacaciones, los llevamos al Archivo Gráfico, se organiza quinta dentro del predio que tenemos. También hay tiempo para el entretenimiento, siempre bajo la mirada atenta en que no se reproduzcan hechos de violencia o de abusos que vienen de afuera.

 ¿Cómo es el contexto de esos chicos?

 Conocemos que hay hermanos mayores, padres, tíos, abuelos de los jóvenes que están con problemas de adicciones, entonces permanentemente estamos llamando a personal del Hospital para que dé talleres de educación sexual integral, de prevención de consumos peligrosos, de hábitos saludables.

 ¿Cómo ves el futuro de estos chicos?

 Necesitan sí o sí algo mayor a lo que nosotros podemos hacer, algo que escapa a nuestro poder, que son políticas de Estado, servicios sanitarios, políticas de vivienda. Necesitan muchísimo apoyo. Hay muchísima desescolarización.

 ¿Hacen falta voluntarios?

 Sí, no hace falta ser trabajador social ni ser psicopedagogo. Quien quiere leer un cuento o prenderse en un picado al fútbol con los chicos, traer un litro de leche, una pelota o contarles un cuento es bien recibido. Hay que acompañarlos.

 ¿Creció el número de chicos que asiste a comedores?

 Crece el número de chicos, crece el hambre que traen y disminuyen las donaciones y enero fundamentalmente es un mes bravo.