Por Mariana Comba - Licenciada en Educación Inicial

Hace unos días encontré una viñeta de Mafalda - siempre vigente - que decía: “Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”, y me llevó, inevitablemente, a pensarme en los espacios que ocupo: mi hogar y el aula.

Vivimos en un mundo donde todo es para ayer. Así aprenden nuestros hijos y estudiantes, a necesitar urgente todas las respuestas, a buscarlas en pantallas porque todo está ahí… o casi todo. 

Lo inmediato, pasó a tener protagonismo, y lo importante ¿dónde está? Dejemos de fingir que funciona. No funciona en casa, no funciona en la escuela, no funciona en la sociedad.

Cada vez nos cuesta más dejar las pantallas, el trabajo y las obligaciones para hablar con los otros de las cosas cotidianas de la vida. Conversar, de lo que no se dice, de lo que hace falta, agradecer. Y para conversar hay que silenciarse y establecer un espacio dispuesto al diálogo, ejercitándonos en escuchar al otro sin molestarnos porque piense distinto. Reconocer que algo nos falta es el primer paso. Volver a los valores que dan sentido, que construyen humanidad, que se aprenden primero en casa y después se practican puertas afuera. 

Recuperar lo importante implica desacelerar. No se trata de negar las urgencias, sino de jerarquizar lo esencial. Necesitamos construir tiempos y espacios más humanos en nuestras casas y en nuestras aulas, donde habitar el presente sea posible, donde la ternura no se confunda con debilidad, y la palabra circule sin miedo. Porque educar también es resistir al vértigo. Y si los espacios de conversación no existen, debemos proponerlos, somos los adultos quienes tenemos la responsabilidad de habilitarlos para generar vínculos amorosos y encontrarnos. 

Empecemos por rescatar el valor de las pequeñas cosas: el beso a nuestros hijos antes de dormir, leerles un cuento, preguntar en la cena qué tal estuvo su día. Pongamos la mirada al encuentro del otro, del que está. Y salgamos a buscar a quien no está, pero espera una palabra y la oportunidad de un vínculo. No dejemos que las urgencias, la rutina, nos roben, nos quiten, nos posterguen lo importante. 

Que lo urgente para los más chicos, para nuestros adolescentes y nuestros mayores sea tener un espacio seguro de diálogo y encuentro. 

Recuperemos la mirada y la palabra. Por un rato. Para siempre. 

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