Bullying: un problema de todos que exige compromiso y presencia
Columna de Responsabilidad Social Empresarial y Educación auspiciada por Las Cañitas. El bullying no es un simple conflicto entre pares. Es una forma sistemática de violencia, donde una persona o grupo somete a otra.
Por Mariana Comba - Licenciada en Educación Inicial
No hablemos de resultados académicos, de evaluaciones y contenidos. Hablemos de miedo, de cansancio, de impotencia, de dolor, de silencios que asfixian. Hablemos de que no todos los chicos disfrutan de ir a la escuela. En los pasillos, en las aulas, en los baños, en el patio hay señales que alertan y silencios que dicen más que las palabras. Niños y adolescentes que se aíslan, que cambian repentinamente su estado de ánimo, su rendimiento académico o sus hábitos de sueño y alimentación. Adolescentes que dejan de hablar con sus amigos, que expresan frases como “estoy harto”, “soy una molestia” o “nadie me quiere”.
Muchos chicos y chicas no encajan en los moldes de “niño comunes y corrientes”, tienen otros gustos, otros intereses, y muchas veces hay una tendencia a intentar que encajen en “normalidades” que no incluyen a todos, estos chicos son los primeros en pasar por situaciones de bullying. El desafío es detenerse, mirar y plantear la diversidad, pero en serio.
El bullying es una forma de violencia sostenida en el tiempo, que se da entre pares, aunque también involucra al mundo adulto, se caracteriza por el desequilibrio de poder, la intención de dañar y la reiteración. Puede ser físico, verbal, psicológico o virtual. No es un simple conflicto entre pares. Es una forma sistemática de violencia, donde una persona o grupo somete a otra, de forma reiterada, a burlas, humillaciones, exclusión o agresiones físicas y/o verbales. Quien lo padece se siente solo, sin recursos ni salidas.
Cuando esto sucede en las aulas hay roles que se repiten: el que agrede, la víctima, los que miran en silencio. Y ahí, en ese silencio, se juega mucho. Porque callar, a veces, también es elegir. ¿Cuántas veces un alumno ríe para no quedar fuera? ¿Cuántas veces otro guarda sus lágrimas para no parecer débil? Los más pequeños no siempre verbalizan con claridad lo que les sucede. Esto, a menudo, se manifiesta en el cuerpo, en la conducta, en el retraimiento, la agresividad o el desgano. Por eso, es fundamental estar atentos a los cambios, a los silencios, a esas señales que muchas veces pasan desapercibidas por adultos desbordados o con poco tiempo para mirar.
¿Qué hacer, entonces? Cuando la escuela escucha, el aula puede ser un refugio. En ese espacio no solo se enseñan letras y números: se enseña humanidad. María Zysman, psicopedagoga y especialista en bullying, dice que “la intervención oportuna del adulto puede cambiar el curso de una historia”. Porque no alcanza con decir “acá no se permite el bullying”. Hay que mirar los recreos, escuchar entre líneas, leer los gestos. Y cuando algo duele, hay que enseñar a ponerlo en palabras: rondas de diálogo y escucha, debates, espacios donde cada voz vale y nadie se ríe de la emoción ajena. El valor de pequeñas acciones pasa por una mirada cómplice que se transforma en contención. Por un grupo que elige integrar, por chicos que tienen en claro cuáles son sus derechos y los de los demás. Por un docente que propone actividades cooperativas en lugar de competencias. Por una familia que escucha sin prejuzgar. Los especialistas aconsejan escuchar sin juzgar, reforzar la autoestima, trabajar en equipo con la escuela, pedir ayuda. Tampoco nos olvidemos que el dolor necesita un lugar seguro para desarmarse.
El bullying no se erradica con discursos, sino con presencia. Y, sobre todo, con compromiso. Ninguna infancia debería ser vivida entre pasillos donde la indiferencia hace eco. La mayor herida no es la del niño que sufre, sino la de los adultos que no hicimos lo suficiente.