El torneo de la amistad: una noche de Nacional en Barrio Jardín
Las tribunas vibraron con cantos enfrentando a locales y visitantes. Pero cuando el partido terminó, los abrazos y las sonrisas aplastaron al clima tenso, recordando que el Nacional también celebra la amistad y la unión.
La cancha era un hervidero, clima tenso, no solo por el calor, sino por las tribunas que se cantaban entre sí. Aunque en cancha no se estaban enfrentando estos bandos, de un lado estaban los locales, los pibes de Barrio, con sus banderas colgadas y las gargantas a todo pulmón. Del otro lado, los de Tiro y Gimnasia, respondiendo con sus camisetas albinegras y el mismo fervor. Los cantos iban y venían, como si en cada frase se jugara algo más que un partido.
El ambiente era una mezcla de emociones intensas: alegría, nervios, orgullo. Están llegando las instancias cruciales y las familias se acomodaban con el mate y las botellas de agua fresca para los chicos, mientras que los visitantes desplegaban las reposeras y las banderas para alentar desde su lado del predio.
Cuando el árbitro puso fin al primer partido de la noche, la energía cambió. Los cánticos cesaron, las banderas dejaron de flamear, los trapos dejaron de agitarse y en el césped de Barrio Jardín quedó una muestra de lo que hace único al Torneo Nacional de Baby Fútbol: las camisetas azules y negras se cruzaron en el camino a la cantina, pero esta vez no había rivalidad. Se saludaban, se abrazaban, intercambiaban palabras y alguna que otra cargada entre risas.
La escena era un recordatorio de que este campeonato trasciende lo deportivo. En la cancha, cada pase, cada gol y cada canto se vive con la intensidad de una final. Pero fuera de ella, el Nacional es una excusa para encontrarse, para hacer amigos, para compartir.
Barrio Jardín fue el fiel reflejo del espíritu de este evento. Acá no importa de dónde venís, ni qué colores llevas puestos. Cuando el partido termina, solo queda la esencia de lo que el fútbol representa: unión amistad y alegría.