El paisaje campestre se muestra esplendoroso al llegar a la Casa Betania, ubicada en un predio dentro de Quebracho Herrado, a unos 500 metros hacia el este del ingreso a la pequeña localidad. El sonido de los pájaros de fondo le da el toque de calma a la escena.

La casona cuenta con más de 20 habitaciones con baño propio, tiene una capilla, dos salones amplios, una cocina y un parque que parece pintado, cubierto de árboles.

Desde el pasado 6 de abril, este lugar utilizado para retiros espirituales –el sitio pertenece a la Diócesis de San Francisco de la Iglesia Católica- se convirtió en el refugio de los abuelos del Hogar de Ancianos "Enrique J. Carrá".

Adentro, el truco y el chinchón se imponen entre las mesas, como la tómbola. Un televisor encendido en la sala no solo entretiene a los 24 residentes fijos del lugar, 14 mujeres y 10 hombres más el personal que realiza las tareas de cuidado, sino que además los informa. Para ellos es una aventura y el marco propone una especie de campamento de la tercera edad, aunque la alegría se disipa por momentos cuando el abrazo de un nieto o un hijo se les torna cada vez más distante.

Los abuelos –de entre 66 y 96 años- fueron resguardados en Betania por la pandemia del nuevo coronavirus. Se sabe que pertenecen al grupo de riesgo que más daño puede hacerle este virus y a su vez su mudanza se debió a que su hogar se encuentra aledaño al Hospital Iturraspe, el centro de salud preparado para enfrentar la Covid-19.

Betania, una especie de campamento de la tercera edad para evitar los contagios

Pablo Arri, encargado médico y administrativo del Hogar, contó que los residentes tomaron esta situación como “una aventura” porque muchos no conocían este sitio. Pero esto no les impide estar informados sobre el virus: “Se informan sobre el coronavirus, saben que son un grupo de riesgo y obedecen con claridad lo que le piden, entienden todo a la perfección, de por qué usamos barbijos. Están preocupados, por ejemplo, con lo que pasó en los hogares de ancianos de Buenos Aires o el geriátrico de Saldán y nos comentan ‘qué bueno que nos vinimos para acá’”.

Para el médico especialista en medicina familiar y general, la intención fue “tomar buenas medidas, a tiempo y esperemos que salga todo bien”.

Por turnos y con las medidas de seguridad

El personal que atiende a los ancianos se compone de doce enfermeras, cuatro personas que se encargan de la limpieza, dos de la cocina, otras dos en lavadero y ropería, que trabajan en turnos de ocho horas con sus respectivos francos.

A diario viajan 20 kilómetros para llegar a Betania, saliendo desde el Club El Ceibo, donde los recoge un móvil municipal. El ingreso de los trabajadores al predio va acompañado de un protocolo de bioseguridad.

“Hacemos controles de fiebre de los que entran a trabajar, que no tengan más de 37, además cualquier personal que tenga síntomas respiratorios o fiebre no cumple su labor ese día”, destacó Arri, quien valoró el trabajo de todo el personal.

Contacto con los familiares

Arri explicó que cuando decidieron mudarse no intentaron que ningún abuelo vuelva con su familia en ese momento: “Hablamos con los familiares y les dijimos que la mejor opción era que continúen juntos y aislados. Los familiares estuvieron de acuerdo, la idea era continuar la misma convivencia”.

Sobre el traslado, el médico recordó que significó “mucho esfuerzo”, sobre todo para acondicionar el nuevo lugar para recibirlos, más allá de las comodidades que el inmueble brinda: “Los abuelos disfrutan los sonidos de los pájaros, el campo que tiene lo suyo, están contentos, aunque hubiese sido mejor quedarnos donde estábamos”.

La jornada inicia alrededor de las 7.30, con el desayuno y finaliza después de la cena que se sirve a las 20. En el medio hay momentos de dispersión con torneos de cartas y juegos, más la distracción que puede proponer la televisión.

No obstante, existen momentos de flojera porque los abuelos hacen más de un mes no tienen contacto directo con sus familiares: “La medida que más los afecta es el aislamiento total, no tienen visitas y eso genera la necesidad imperiosa de verlos; quieren ver a sus nietos. Nosotros tratamos de compensar con videollamadas o telefónicas, pero nada sustituye el abrazo de un nieto”.

Por otra parte, el coronavirus no provocó la desaparición de otras patologías comunes a las personas de la tercera edad: “Las otras enfermedades conviven con el coronavirus. Las infecciones urinarias, las gripes estacionales. Lo que tenemos sumado al protocolo es que si alguno de los integrantes hace fiebre, se lo aísla, se lo trata de contener con más medidas de bioseguridad por si esta fiebre es un coronavirus y en ese caso hacer el hisopado. Pero afortunadamente no hemos tenido casos sospechosos, ni gente con síntomas y esperamos que siga así”, señaló Arri.

Presión

Arri reconoció que en el marco de la pandemia se trabaja con mucha presión, sobre todo por lo ocurrido en hogares de ancianos y geriátricos de otros lugares, donde hubo contagios y hasta muertes.

“Trabajamos con mucha presión, pero de parte de nadie en particular. Es algo de cada uno, de no querer ser el culpable de lo que podría ser una gran patología para ellos que es que entre el coronavirus a este lugar. Por eso reforzamos al máximo las medidas, se cumple al máximo los protocolos; nos sentimos responsables de los que les pueda pasar a ellos”, concluyó el médico en relación a los abuelos del Hogar.