Si entre los más reconocidos artistas del rock argentino de los últimos 35 años tuvieran que hacer una “pisada”, el viejo ritual de los campitos de fútbol para elegir a los jugadores de los equipos, muy probablemente que Fernando Samalea estaría entre los primeros nombres que se cantan. Y de entrada lo mandarían al fondo, pero en este caso no para que vaya al arco, ese lugar que las leyes no escritas asignan a los menos habilidosos con los pies, sino para que esté firme marcando la base y metiendo palos en la batería. 

De perfil bajo, Samalea es uno de los que cuelga el diploma de “tocó con todos” en la historia del rock nacional. Desde su puesto de batero hizo giras y grabó con Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki, Fricción, Fabiana Cantilo, Willy Crook, Daniel Melingo, Hilda Lizarazu, María Gabriela Epumer, Joaquín Sabina, Draco Rosa, Benjamin Biolay, Phil Manzanera, Jorge Drexler y Calle 13, por nombrar apenas algunos de los más populares. 

¿Y entonces en qué equipo de todos estos jugaría? Sin dudas en el de Carlos Alberto García Moreno, cuya camiseta defiende desde 1986, con algunos años libres en el medio y ocupando distintas posiciones en la cancha. Haga lo que haga y vaya donde vaya, Samalea siempre será visto como un músico de Charly, algo que, no es para menos, lo infla de orgullo.

A fines del año pasado, Samalea publicó Nunca es demasiado, el último libro de una trilogía en la que cuenta su atrapante peregrinar durante casi 40 años tocando por aquí y allá en todo el mundo (no solo como baterista sino también como bandoneonista y percusionista), que comenzó con Qué es un longplay (2015) y siguió con Mientras otros duermen (2017). Con permanentes marcas de humor y relatos muy entretenidos, en sus libros va narrando su devenir con la música desde su infancia y luego junto a los pesos pesados de la escena nacional, donde Charly García tiene un rol protagónico (no por nada lo llama el Héroe Nacional) y por lo que inevitablemente terminan siendo casi unas memorias de buena parte de la historia del rock argentino. Además de mostrar la cocina del rock criollo, lo hace con los códigos de un jugador de ley, sin intimidades muy provechosas para las ventas pero que serían golpes bajos hacia sus compañeros de equipo o rivales. Y en todo eso, Samalea estuvo ahí, no se lo contaron. 

Inquieto y muy aventurero, amante del cine, se declara además motociclista de carretera, bartender ad honorem, cultor del ocio creativo y de la vida sin responsabilidades. Bien podría considerarse como una rara avis en algunos ambientes del rock, confesando ser casi abstemio y alguien que apenas probó alguna droga. Hasta el punto de que Luis Alberto Spinetta, con quien compartió muchos momentos, lo llamaba Glaciar, por su propensión a tomar agua mineral. 

Guardado como todos por la cuarentena, desde su hogar en Buenos Aires mantuvo este diálogo con El Periódico.

Fernando Samalea: “Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo”
 1986. Primeros ensayos de Charly & Las Ligas en una quinta de La Lucila, Bs. As. Samalea, el jovencito detrás de la hamaca. Sentados, Calamaro, Basso y Coleman.

- En los años 80 había que tener muchos discos oídos, muchas noches de recitales y entenderse con otra gente del ambiente que venía ganando lugar. Hacía falta mucha calle para eso y en cambio hoy pareciera que está todo al alcance de un clic y sin salir de casa. ¿Eso sigue siendo importante o ahora te podés arreglar igual vía Youtube o Whatsapp?

- Creo que cada generación va enfrentándose a lo que le toca, por azar o destino, para lograr un lugarcito. En los ochenta no quedaba más que nutrirse con revistas, o de boca en boca. La fantasía estallaba a través de videoclips ultramodernos de Peter Gabriel, Laurie Anderson, Prince, Talking Heads, Duran Duran, Kate Bush o Thomas Dolby. Pero esa búsqueda callejera y artesanal tampoco aseguraba nada. Algunos tendrían suerte, otros no. Ahora todo es inmediato y van surgiendo pibes y pibas geniales. Lo cual, a futuro, se considerará arcaico. Extraña ley humana, como muestra “Midnight in Paris” de Woody Allen, donde casi todos añoran el prestigio de los artistas que los precedieron.

- No te definís como un virtuoso, sino como alguien que interpreta lo que necesita cada canción. ¿Todo ese conocimiento de cómo se graban los discos y cómo componen los grandes artistas como García te dio más herramientas que estar horas ensayando la técnica? 

- Estudié con bastante disciplina entre los ocho y los quince. Claro que luego vas desarrollando ciertos trucos, naturalmente. El estilo te va invadiendo y aceptás tus maneras o gustos, sin analizar demasiado. Nada más inapropiado que pensar en exceso, si tenés unos auriculares puestos o estás por salir al escenario junto a tus compañeros. En esas instancias, ayuda el componente mágico de cada uno.

- Al ser un músico que tocó con tantos artistas y nombres como Charly, Cerati, Sabina o Spinetta, ¿tuviste que aprender a congeniar con todos ellos en lo personal y más allá de tus capacidades como músico? ¿puede un músico excelente permanecer en una banda o acompañar a un solista si no se entiende con los demás?

- Esto último no es lo ideal, al menos dentro del rock. La empatía es siempre bienvenida, así como el look o la buena onda de un músico pueden jugar a favor. Supongo que es importante esa chispa extramusical o halo de bohemia, como de “personaje”. A veces, por extraño que parezca, quienes tocan muy bien suelen hacer agua en lo más importante. “La corrección llevada más allá de los límites debidos, se convierte en mentira”, decían los antiguos samuráis. 

- Si bien estás siempre en movimiento con nuevos proyectos, ¿qué extrañas de tus comienzos en los años 80? ¿era muy diferente el ambiente en una época sin celulares ni WhatsApp? 

- Soy de valorar cada paso, pero no de extrañar. Mi esencia es futurista, o algo así. Por entonces, contábamos con cierta ventaja: dentro de un estudio de grabación nadie pensaba en subir una foto o historia, o mandar o responder un mensaje a no sé quién, ya que no conocíamos semejantes despliegues tecnológicos. Aun habiendo otras distracciones, podíamos concentrarnos mejor en las tres dimensiones del lugar y en lo que escuchábamos por los parlantes. Al público le pasaba lo mismo: las miradas iban hacia el escenario y no a una pantallita. Ni se soñaba con tomar selfies con el espectáculo de fondo o en registrar un video personal.

Fernando Samalea: “Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo”
Grabación de "Ahí vamos" con Cerati en el Estudio Unísono, 2005.


- Hoy existen miles de grupos, de solistas, de dúos, de orquestas. Hay cada vez más artistas que pueden grabar, pero probablemente menos tiempo de escucha en la gente por la forma de vida. ¿Cómo se hace hoy para destacar entre esos miles de artistas y que llegue a escucharse esa música?

- Me pregunto lo mismo. Las rutas están colapsadas y, para colmo, ¡todo el mundo quiere ser famoso!

- ¿En qué momentos escucha música Samalea? ¿Lo hacés en tu casa con atención, o mientras vas cumpliendo otras cosas o con auriculares por la calle?

- No dejé ni dejaré de ser público u oyente. Me encanta atesorar álbumes que han hecho mi vida más feliz, escucharlos mirando sus diseños y leyendo fichas técnicas. O descubrir nuevas propuestas. Puedo hacerlo sentado en el sillón Chester, al sol en la terraza, caminando con auriculares por el barrio, en aviones, trenes, automóviles o buses. La música es mi elixir omnipresente. 

- Pareciera que hoy lo masivo pasa por artistas que llenan festivales de verano, con muchos más conciertos por año. ¿Creés que el rock se replegó en espacios de menos convocatoria, con un público más definido, y que se acabó el rock de estadios? 

- El rock ya lleva demasiadas décadas en la primera línea y sus normas se repiten alarmantemente. Quizá sea el momento de un nuevo orden tecnológico, tan revolucionario como fue el rock & roll hace setenta años, para captar el interés juvenil. Intuyo que esta década del veinte traerá novedades. 

- En ese sentido, ¿creés que ahora muchos jóvenes descubren el rock nacional de décadas pasadas como una forma de salirse de lo convencional? Toda esa inmensa obra del rock argentino en los últimos 40 años parece servir como refugio para quienes buscan más que el éxito del momento en redes sociales. 

- Obvio, yo mismo suelo refugiarme en el bálsamo de las canciones del rock argentino. Se sabe, entre Litto Nebbia, Miguel Abuelo, Manal, García, David Lebón, Spinetta, Fito, Calamaro, los Soda o ciertos discos de Fabi podríamos aunar un compendio de emociones que rajen la Tierra. ¡Tantos las disfrutamos en la soledad de nuestras habitaciones! Quizá, aunque duela admitirlo, detrás de Fito, Cerati o Calamaro no ha aparecido otro artista que cautive el inconsciente colectivo de esa manera. Sí existe un under magnífico, así como unos cuantos compositores valorados que hasta llenan estadios, pero la vara quedó muy alta. Sería como pretender ser Piazzolla o Borges, ¿no? De todas maneras, no tengo derecho a juzgar: cada uno hace lo que quiere y puede. Por principios, optaría por estar siempre del lado de los jóvenes.

Fernando Samalea: “Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo”
En Brooklyn, New York, una ciudad que apasiona a Samalea.

- Si bien García lleva 40 años en lo más alto y para muchos es el N1 sin discusión, ¿no te parece que recién en los últimos años, ya lejos de sus épocas más turbulentas de Say No More, se le empieza a dar un reconocimiento más amplio por todos los caminos que abrió a los que vinieron detrás?

- Ahora que me la paso redescubriendo discos o DVD de Sui Géneris, Serú Girán, La Máquina de Hacer Pájaros o sus medallas solistas, advierto más a los “Garcías” posibles. El período Say No More generó una catarata de devoción adolescente hacia él, amparada en sus canciones, excentricidades y rebeldías surrealistas. Creció su reconocimiento de Héroe Nacional, como su cantidad de público.

- A los que llegamos a Charly a comienzos de los 90 o después, en épocas con mucho talento pero también con recitales que no se sabía si empezaban o terminaban, ¿qué nos podés contar de ese Charly que no vimos y qué aprendías a su lado?

- Cuando le preguntaron a Alejandro Jodorowsky qué le enseñaba su gato, respondió sin dudar “a ser yo mismo”. Quizá puede hacerse una analogía: ese Charly de los noventa nos mostró su pátina dadaísta y una concepción sonora basada en lo sensorial, en el trance. Una verdadera enseñanza de ir hacia uno.

- A Charly lo describís en tus libros como alguien muy divertido y generoso. ¿Por qué pensás que tantas veces se terminó mostrando en público como alguien muy malhumorado por un mal sonido o descontrolado? 

- Porque todos podemos variar nuestro ánimo de acuerdo a determinadas situaciones. El descontrol es parte del rock, además, y hay algo en eso que atrae y es aceptado. Sus “aires monárquicos” son decididamente simpáticos, y tiene con qué.

- Bailar en un recital de rock hoy es lo más normal del mundo, pero no siempre fue así. ¿Creés que en Argentina mucho de eso se lo debemos al Charly que arrancó como solista y principalmente al disco Clics modernos? 

- El baile tardó mucho en instalarse en los escenarios, sobre todo mientras predominaron esas obras conceptuales ajenas a lo “comercial”. En los ochenta, sobre todo Virus y Soda Stereo fueron impartiendo la costumbre, pero el mismo García ya lo había hecho bastante antes de “Clics modernos”. ¡Puede verse su particular danza en “Adiós Sui Generis” durante el “Blues del levante”! Se dice que, luego del post-punk, la música negra se infiltró en el rock. Así que ya nadie se avergonzó en tirar un pasito…

Fernando Samalea: “Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo”
2012, Luna Park. Otra vez junto al Héroe Nacional. Fotografía de Maximiliano Vernazza.

- ¿Cuándo hablaste con Charly por última vez y cómo está de ánimo? ¿todavía le queda recuperación por el accidente en febrero o ya están planeando volver al ruedo con la película del Colón?

- Apenas una semana antes del aislamiento, me di el gusto de grabar con él. Poder acompañarlo en su fluir creativo es algo fascinante. Solemos reunirnos informalmente en un estudio cada tanto, ya sea para grabar baterías en nuevas canciones o en los instrumentales que está preparando para dicha película. Ya lo dije mil veces: él es mi artista favorito y su existencia determinó gran parte de las cosas buenas que me pasaron en la música. Qué más podría, que agradecerle. Te hace chistes, toca un acorde mostrando una sonrisa de hoyuelos, puede dar una certera indicación levantando un dedo, o hablar de Mitología Griega y The Who con ocurrencias de otra galaxia. Diría que ahora está súper, guardado en su hogar, como todos.

- En tus relatos decís que siempre quisiste ser un baterista de canciones, a diferencia de uno descollante y con muchísima técnica. ¿Tu virtud pasa por entender lo que la música y canción requiere y acoplarse a eso en vez de querer destacar con tu batería? 

- Es que existen convencionalismos rítmicos que no valdría la pena evitar. Hay que estar atento a los gustos de cada compositor e ir al punto, más que pretender destacar. Aun intentando ideas propias, es mejor no moverse de lo que ha instaurado el sentir popular, al menos dentro del rubro cancionístico. Puede sonar conformista pero funciona. Vanguardista, lo justo.

- Tus libros te definen como alguien muy aventurero y de mucho trasnochar, capaz de pasar toda la noche zapando en boliches junto a otros músicos. Hoy con 56 años, ¿seguís con el estilo de vida de otras épocas? 

- No suelo tener una referencia clara de cómo debería ser a mis 56, sino que dejo al cuerpo dictar sus normas. Por suerte, el organismo acompaña tanto como mi ilusión y entusiasmo. No me pesa en lo más mínimo tocar la batería a pura intensidad durante un montón de tiempo, ni correr tras una pelota de fútbol. Aún consiente de mi edad, prefiero no limitar aventuras o salidas si mi propio estado de ánimo no lo pide. Siguen cautivándome la confusión nocturna de los clubes, sus luces coloridas, las modas, el volumen atronador y los jóvenes esperanzados por divertirse, escuchar música, ver teatro, cine o conocer gente. Ya es la cuarta renovación generacional que me cruzo… ¡Y vamos por la quinta!

- Otra de las frases que usás en tus libros es que era ser músico o tener que trabajar. Sin embargo, de tus relatos también se desprende que los éxitos llegaban después de mucho tiempo de ensayo. 

- Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo. De hecho, cuando comencé de chico, ni sabía que los músicos cobraban dinero. Me gusta preservar cierta ingenuidad y amor verdadero por la causa, escapándole al mote de “músico profesional”. Quienes tenemos esa suerte, somos verdaderos privilegiados.

Fernando Samalea: “Jamás sentí mi actividad musical como un trabajo”
La gira "Ahí vamos" con Cerati, en Salta, 2006.
 

- Tus relatos tratan con mucho respeto a tus compañeros de bandas y la gente que cruzaste en todos estos años, con anécdotas atrapantes pero sin entrar en detalles de la vida privada. Es abrir la cocina del rock nacional, pero respetando códigos. ¿Sentías que tantas vivencias tenían que ser contadas para otras generaciones y que tenías que hacerlo de esa forma?

- Claro, no se trata de libros chismosos ni sería ético revelar intimidades ajenas, pero si busqué darles veracidad a las crónicas. ¡Con algún destello mitológico! Agradezco haber encontrado tantos seres adorables en el camino, mis hermanos y hermanas del día a día musical. Dado que algunas situaciones del “rock” son decididamente estrambóticas, rozando lo absurdo, me atreví solo con lo que sus propios protagonistas ya hubiesen develado en reportajes propios. Se trata de ironías respetuosas, si vale el término.

- En tu primer libro relatás situaciones y de alguna manera vas describiendo cómo funcionaban las cosas en esa época, pero sin hacer comparaciones con el tiempo actual. Pareciera como si todo se fuera contando en esos mismos años y abre toda una puerta de imaginación a los lectores para recrear aquellos días. ¿Eso lo buscaste o te salió así? 

- Fue algo buscado, para que el lector o lectora puedan situarse en modo presente, sorprendiéndose con cada situación de igual modo que yo me sorprendí al vivirlas. Desde ya que la diferencia más notoria es la ausencia de red o celulares, que fueron un antes y un después.

- En el final de tu último libro, decís como una definición de tu trayectoria que estuviste en el lugar correcto, en el momento indicado, transformándote en un experto en tomar buenas o malas decisiones. ¿Cuáles eran esas decisiones? 

- Si bien utilicé raptos de humor al escribir, la vida tuvo y tiene sus vaivenes en cuanto a relaciones, encuentros, desencuentros o todo lo que conlleve una carga emocional. A todos suelen sorprendernos encrucijadas de seguir por tal o cual camino, a lo largo de la vida. ¿Qué podría agregar que nadie sepa?

- ¿Ya tenés pensado qué vas a contar en el cuarto tomo?

- Preferiría pensar que “Nunca es demasiado” cerró la trilogía y listo. Allí guardé bajo las mejores llaves esos tiempos emblemáticos, en tres tomos de más de quinientas páginas cada uno. ¡Un plomazo! Tal vez dentro de algunos años, si tengo la suerte de seguir aquí, me animaré con el cuarto “Mi nueva vida adulta”. ¿Quizá inaugurando una segunda trilogía?

- ¿Qué músicos de Córdoba has seguido o escuchado en los últimos años? 

- Le tengo mucho cariño a la provincia de Córdoba y pasé largas temporadas en La Docta, disfrutando sus bulevares, manzanas jesuíticas, bares o cinematecas. Supimos compartir giras con el dúo Hipnótica de Nahuel Barbero y Hernán Ortiz -en tiempos del EP “Ese lugar imaginario”- y shows con la guitarrista Any Riwer, una chica súper talentosa que surgió de la banda Siderama, antes de romperla en México y en funciones internacionales del Cirque Du Soleil. Dará que hablar con su EP solista. Hace poco conocí también a Marian Pellegrino, otra Guitar Warrior cordobesa (fundadora del trío Lucila Cueva) quien suele viajar por todos lados con lo suyo. Me emociona la expresión poderosa que pareciera salir de esas tierras, en plan beatnik según mi imaginación. Desde lo femenino, cobra un encanto especial.