La enorme rapidez y agresividad con que se expande la actual pandemia ha suscitado reacciones políticas hasta hace poco inimaginables y ha logrado excitar nuestra imaginación a la hora de figurarnos escenarios utópicos y distópicos de la más variada índole. Lo cierto, no obstante, es que no tenemos todavía información suficiente como para sacar conclusiones definitivas. Sabemos que no queremos que suceda aquí lo que sucedió en España e Italia, sabemos que algunos países parecen haber gestionado la crisis mejor que el resto.

Sin embargo, hasta que no exista un tratamiento efectivo o una vacuna, no podemos determinar con certeza quiénes son los ganadores y perdedores, puesto que no sabemos exactamente cuántos capítulos le faltan a la serie. Una larga lista de intelectuales y analistas pretenden argumentar que la pandemia no hará otra cosa que demostrar sus convicciones previas. Semejantes ejercicios de profecía pseudocientífica no deberían ser tomados con demasiada seriedad.

Un ejemplo interesante de esta incertidumbre es la discusión respecto de si los gobiernos deben priorizar la salud o la economía. La triste verdad es que no lo sabemos. Podemos decir con certeza que, si la pandemia se descontrola, la economía se verá profundamente afectada. Pero también es claro que el colapso económico produce muertes por hambre, estrés, depresión y otras tantas causas asociadas al deterioro de las condiciones de vida. Sin embargo, el interés social y mediático está puesto en los muertos por coronavirus, que aparecen publicados en todas partes y con actualizaciones diarias. De modo tal que el funcionario público está fuertemente incentivado a priorizar este problema. Sin embargo, hasta que no veamos el último capítulo, no podremos evaluar la pertinencia de las medidas actuales.

Los gobiernos están obligados a actuar con muy poca información. Terminada la actual cuarentena, por ejemplo, es improbable que el número de infectados se reduzca a cero, lo que significa que la enfermedad puede volver a propagarse. En conclusión, las medidas pro economía asumen un alto costo sanitario, con la única ventaja de simplemente postergar el colapso económico. Las medidas pro salud asumen un alto costo económico, pero no podemos saber si realmente evitan o simplemente postergan el colapso sanitario. Por el momento, parece que unas semanas de cuarentena pueden ser útiles para ganar tiempo y equipar el sistema de salud. Pero más adelante se necesitará una estrategia diferente.

Franco Puricelli.
Licenciado en Filosofía (UNC) y becario doctoral del Conicet.

Escenarios de incertidumbre frente al coronavirus