Sin ir a clases, sin actividades deportivas o recreativas que puedan desarrollar fuera de casa, en el marco del aislamiento social obligatorio los niños se encuentran ante una gran cantidad de tiempo junto a su familia. ¿Cómo va a impactar en ellos la cuarentena? ¿qué aspectos positivos y negativos se podrán observar?

La psicóloga villamariense Susana Amblard, especialista en Psicología Clínica y Educacional, ensayó algunas respuestas para estos interrogantes comunes por estos días en muchas familias y analizó algunas conductas entre pequeños de 3 a 8 años.

Amblard es además docente de varias asignaturas en la Universidad Nacional de Villa María e investigadora también de la casa de estudios. 

Después de la cuarentena

La pregunta sería cómo suponemos que impactará en los chicos este aislamiento. Lo novedoso no es sólo estar con la familia todo el tiempo, hacer un corte en las múltiples actividades que desarrollan en el afuera, desde las obligatorias como la escuela, hasta las recreativas, sociales y extracurriculares, sino estar adentro en tiempos que no son precisamente de fiesta y en los que parte de la energía psíquica disponible habitualmente para tareas de esfuerzo como las escolares por ej. ( esfuerzo para el hijo y los padres), hoy un porcentaje de ellas están destinadas a procesar los sentimientos angustiosos que la situación nos genera.

En un intento de apaciguar la incertidumbre, me animo a arriesgar algunas hipótesis. La primera y tal vez más importante, es que nada de lo bueno o malo que acontezca será del todo causa de la pandemia, en todo caso tendremos que considerar lo que surja, lo que se manifieste, como algo que ya estaba y ella posibilitó que se evidenciara. Ante un hecho externo disruptivo e inesperado, surgen recursos emocionales y psicológicos propios de cada sujeto y para el caso que nos ocupa, nos intriga saber cómo incidirán en los aspectos cognitivos y del desarrollo, cuáles se pusieron en jaque, cuáles se fortalecieron y beneficiaron.

Los profesionales que trabajamos con chicos (psicólogos, psicopedagogos, maestros, terapeutas varios), estamos más activos que nunca. Vía on line, atendemos consultas a través de audios, videos, fotos, email, etc.. No es para menos y hasta acá, interesante a tener en cuenta.

Para no caer en generalizaciones equívocas, tomemos la franja etaria de 3 a 8 años por ser la que concentra mayor cantidad de factores que impulsan o inhiben el desarrollo.

Parece ser que aquellos que han ido logrando mayor independencia con el adulto, o sea capacidad de entretenerse a solas, prescindir de su asistencia para hábitos personales (bañarse, vestirse, dormir, hacer tareas etc.), han incrementado de manera exponencial su capacidad de juego y despliegue de fantasía y creatividad, cuadro en el que, sabiéndose cuidados con adultos disponibles en la casa pero sin la atención sofocante sobre ellos, disfrutan de estar en su mundo. Como todos sabemos, el juego dramático (el del “como si”, el de inventar roles), es condición necesaria para el desarrollo de la actividad cognitiva, social y psicológica. Entonces, seguramente, veremos en este sector, después de la cuarentena, lo mismo que advertimos en las escuelas luego de las vacaciones, o sea, un avance significativo en su capacidad de aprendizaje y conducta social.

La eficacia pues, del juego, el ocio y la liberación de agendas completas, da lugar a la expansión de aspectos subjetivos sin los cuales los aprendizajes escolares, entre otros, resultan frágiles y efímeros.

A la inversa, aquellas situaciones de dificultad que se vienen arrastrando desde el jardín tal vez, serán las que más habrá que atender, además de considerar un serio análisis de las mismas, para rastrear sus causas y crear dispositivos de intervención tanto escolares como familiares.

En particular, las que son provocadas por factores socio-culturales que exceden la exclusiva responsabilidad de un modo de crianza familiar y por lo tanto, dichas dificultades no entran dentro de las patologías, sino crisis necesarias del crecimiento que al ser diagnosticadas como trastornos psicológicos sin serlo, son derivadas a los distintos consultorios terapéuticos agravando la situación. Pequeños demandantes, dependientes, que no pueden esperar, los “quiero ya”, invasores del territorio de los padres, sin adultos que puedan ordenar y por tanto apaciguar el caos de su impulsividad, terminan auto-anestesiándose con juegos en pantallas. Suelen en general no tener rutinas y estabilidad en hábitos ordenados en espacio y tiempo, lo cual acrecienta la sensación de imprevisibilidad y desorganización, que en este momento acentúa el virus.

Volviendo a las pantallas (y no me refiero obviamente a las usadas para trabajar a distancia) advierto alerta rojo. El exceso en su uso es nocivo en general. Pero en estos momentos de encierro tanto peor por cuanto no existe el antídoto que atenúe el daño. No hay deporte en clubes, no hay juego con amigos, no hay escuela con sus exquisitos recreos, no hay cumpleaños y particularmente la adicción que generan roba tiempo al juego creativo.

Con la vuelta a clases, estaremos muy atentos a una problemática acuciante que parece crecer como otro virus. Me refiero a los chicos que no quieren ir a la escuela. Este tema es complejo y profundo y lo analizaremos en otro momento. Sólo tomo de dicha complejidad un miedo recurrente de ciertos alumnos, a un peligro sin forma y sin nombre. Siniestro en el sentido de que, aquél ámbito en el que debieran sentirse de modo intangible las garantías de cuidado, a la hora de estar en el aula desaparecen (las garantías). El miedo radicaría, desde nuestras hipótesis, a que esos adultos maestros, directivos o gabinetistas no puedan con ellos, con sus conductas, con su anomia, con sus crisis.

¡¡Qué injusticia!!, si algo hay que valorar en estos tiempos ( y no sólo de pandemia) es el enorme trabajo de los docentes y las escuelas.

Creo que ciertas representaciones culturales respecto de lo infantil, hace corto circuito con el niño escolarizado y le quita poder al docente. La desaparición de la idea de que el niño es un sujeto en construcción, lo pone en un lugar de adulto en miniatura, del que se espera que tenga, respecto de sí mismo y del mundo, una idea acabada. Esto es peligroso, porque desde este ángulo se le habilita tomar decisiones, prescindir de las referencias adultas y en muchos aspectos cuidarse solo. Esto aterra. Un chico necesita saber que el maestro/a, sabrá qué hacer cuando tenga un berrinche, cuando se niegue a entrar al aula, cuando no quiera copiar. Esto es un niño, el que alguna vez hace todo esto. Y el maestro/a lo sabe, y sabe qué hacer, pero no está seguro de que su hacer no le traiga problemas con la familia, la inspección, la justicia…en fin. Ya no puede abrazar a un alumnito triste, ni puede asistir a otro que se le escapó el pis, o hablar con firmeza al rebeldito. ¿Cómo no sentir entonces que ir a la escuela es saltar sin red? , cómo no sentir que su maestro/a, podría ser abusador, perverso o tan pusilánime que lo manda a la casa porque no sabe qué hacer con él.

Como si fuera poco y en el contexto planteado no se puede ir a la escuela porque apareció otro peligro. “Quedate en casa”, metáfora tramposa para una cabecita que todavía no puede entender el múltiple significado de las palabras y que ya había llegado a la conclusión de que el mundo externo no es confiable.
Ojalá empecemos a ser merecedores de la confianza de los más chicos.

Veremos, después de la cuarentena, con qué nos encontramos.

Susana Amblard
Psicóloga