Francisco “Chiqui” Ruella (51) impone respeto con su sola presencia. Mide casi 1,85 metros y su parecido con Steven Seagal –el actor norteamericano experto en artes marciales, ícono del cine de acción de los ’80-, lo pone a uno a la defensiva sobre cómo comenzar la entrevista. Sin embargo, a “Chiqui” le divierte la comparación y enseguida saca temas de los más variados: la música, el piano, las artes marciales, la noche de San Francisco y su pub ubicado en el corazón de barrio La Milka.

Se define como comerciante de la noche porque allá por 2006 comenzó a trabajar con su rotisería sobre 1° de Mayo y Catamarca. Sin embargo, su amor por el billar y por agregarle detalles a su local, lentamente lo fueron mutando. Aunque su relación con la noche comenzó mucho más atrás en el tiempo, cuando apenas tenía 20 años y Víctor Bertorello, empresario gastronómico y bolichero ya fallecido, lo escuchó tocar el piano y lo invitó a que lo haga en vivo en la confitería “Carlos V”, de su propiedad. Desde entonces, “Chiqui” fue aprendiendo sobre la noche, la cafetería, coctelería y gastronomía y lo que considera más importante: la forma de tratar a los clientes.

El piano, también importante  

Ruella comenzó a tocar el piano a los 3 o 4 años y recuerda con gracia que un día se sentó frente al instrumento y de oído sacó la marcha peronista: “No tenía idea de lo que era”, cuenta entre risas.

“Como mi papá vio que tenía oído compró un piano y empecé a estudiar. Aprendí con una concertista que se llamaba Elsa Tinto. A los 16 ya era profesor, aunque no era muy bueno para leer la música. Sí tenía facilidad para tocar de oído”, recuerda.

Todavía conserva en un excelente estado aquel instrumento, un piano de concierto alemán August Förster de 88 notas, del que asegura que tiene unos cien años. También rememora con cierta emoción que había ocasiones en que su padre -el doctor Carlos Alberto Ruella- regresaba de la clínica cansado y le pedía a su hijo que le tocara varios temas para relajarse de los ajetreados días de trabajo.

Durante algunos años, “Chiqui” vivió de la música tocando en distintos lugares. Incluso recibió propuestas para tocar a bordo de un crucero y en países nórdicos, aunque finalmente no se concretaron. Reconoce que tuvo un solo alumno porque por su falta de paciencia no quiso ser docente. Después llegaría la propuesta de Víctor Bertorello y con ella un gran aprendizaje, primero en Carlos V y luego en bar Maui.

Francisco “Chiqui” Ruella: de profesor de piano a empresario de la noche

“En Maui tocaba el piano los viernes, sábados y domingos. Después empecé a hacerme más amigo de la familia y Víctor me pidió que me encargue de los turnos en los pooles y eso a mí me encantaba. Tiempo después quedé en la caja y me empecé a interiorizar en todo lo referente a la noche”, explica Ruella. Y agrega: “De metido que era empecé a conocer todo lo vinculado a la gastronomía. Me iba a la cocina, miraba y preguntaba. Me enseñaron a tirar café, a preparar tragos. Pasa que Maui llegó a tener prácticamente los mejores cocineros, los mejores bármanes, los mozos y ahí aprendías con todos”.

- ¿Cómo nace tu bar?

Arranqué en 2006 con la idea de poner una rotisería, tenía un terreno en 1° de Mayo y Catamarca que adapté para hacer comidas. Hasta que un día vi una mesa de pool y pensé que mientras esperaba a los clientes podía jugar unas fichas. Lo compré y apenas lo tuve empezaron a venir los chicos del barrio a jugar. Al tiempo me preguntaron si no podía comprar un metegol mientras esperaban para jugar al pool. Lo compré. Y cierto día viene una chica preguntando si podía festejar su cumpleaños ahí; le dije que sí. Ella quería algo privado, iban a ser unas veinte personas pero un día antes me dice que iban a ser cuarenta, a lo que no había problema. Se hizo una linda fiesta y de eso se enteran los estudiantes del profesorado de Educación Física, que me vinieron a hablar para ver si les podía abrir los jueves a la noche, así arrancamos.

De esta forma, la rotisería pasó a convertirse en un lugar de entretenimiento y en un bar. Con ello llegaron importantes inversiones, no solo en el lugar, sino en el sonido, la barra, el patio –que hoy cuenta con una cascada- y la seguridad del bar.

- Tu patio debe ser uno de los más atractivos de la ciudad, ¿cómo surge la idea de la cascada?

Abrí unos meses antes que Runa y como siempre me junté con Cristian Bertorello (hijo de Víctor), él me mostró lo que iba a ser el boliche en la ex fábrica de mármoles. Había un montón de pedazos y me dijo que no los iba a usar todos. Ahí se me prendió la lamparita y le dije ‘quedate tranquilo que yo te los voy a usar’. Me llevó tiempo pero con ellos hice la cascada. Es algo que queda lindo, quizá se me fue un poquito la mano, aunque si hubiese sido por mí la hubiera hecho más grande (ríe).

Francisco “Chiqui” Ruella: de profesor de piano a empresario de la noche
- ¿Cuál es el secreto de mantenerse tanto tiempo en un lugar apartado del centro?

Creo que nunca dejé que se venga abajo. Siempre le estoy haciendo algo al pub, me fijo cuando viajo qué se está implementando, siempre me gusta observar, ir renovando y sorprender. Como San Francisco no es un lugar turístico y se trabaja casi con la misma gente, entonces uno tiene que buscar la forma de que el cliente esté conforme. Hoy todavía hay gente que no conoce el lugar, también hace unos años no se animaban a entrar. Pero gracias al boca en boca se fue haciendo conocido. 

- ¿En qué etapa estás de lo que te gustaría que quede finalmente el pub?

Calculo que me falta un 30 por ciento, quiero mejorar el baño de hombres y hacer un baño para personas discapacitadas. La idea es terminar la parte de arriba, donde iría otra cascada. El objetivo mío es que quede lindo, no sé si para que venga más gente o no, sino para mí mismo porque soy muy detallista. El bar y el piano son mis cables a tierra. El día de mañana me gustaría comprar un piano de media cola para llevar al bar y tener un momento para relajarme y sentarme a tocar, aunque sea un ratito.

Francisco “Chiqui” Ruella: de profesor de piano a empresario de la noche

El sobrenombre

“Mi papá empezó a decirme Chiquinoto, que quiere decir Francisco en un dialecto italiano que no es el piamontés. Por eso que me conocen como Chiqui. Paro hay algunos que también me dicen Pancho”, cuenta.