Un viejo mostrador, con los achaques del paso del tiempo, permanece intacto en una casa de Uruguay 938, en barrio Parque, a metros de los semáforos de avenida San Lorenzo. Detrás, una estantería conserva viejas botellas de bebidas, sobre todo alcohólicas. Muchas de ellas ya ni se fabrican. Un Ekeko aparece entre tanto vidrio sonriente, que supo alegrar a más de uno que le ponía entre sus manos de arcilla un cigarrillo. Estatuillas de santos, vasos y copas.

El lugar es pequeño y la humedad pinta sus techos y paredes, pero jura Juan Carlos Pereyra, y lo asienten sus sobrinos a su lado, que en las frías tardes y noches de invierno entraban unas cincuenta personas. Eso sí, muy apretados.

Se trata del bar conocido en sus comienzos con el mote del “laucha” o el “ratón”, tal como lo apodaban a su creador Luis Pereyra, padre de Juan Carlos.

Pese a que ya no funciona, el sitio conserva el espíritu de lo que fue durante unas cinco décadas: un espacio de ocio destinado a la clase trabajadora.

Pereyra hijo tiene 64 años y se hizo cargo del bar a los 14, cuando falleció su padre. Es de corta estatura, cabello cano y de memoria envidiable. Mientras camina por lo que ahora es su casa va recordando lo que había en cada rincón.

“Yo nací en 1956 y el bar ya existía. Cuando murió mi padre lo agarré yo, tenía unos 14 años. A mi mamá la dejé en la cocina porque no quería que estuviese adelante. Imaginate que los que venían eran muchos más grandes que yo, me trataban como a un hijo”, recordó a El Periódico.  

La historia del bar “mundial” en barrio Parque y sus guitarreadas hasta la madrugada

Mundial

Pasaron unas décadas y Juan Carlos decidió cambiar el nombre. En la búsqueda de opciones, relacionó el mundial de fútbol de 1974 que en ese momento se jugaba en la Alemania Occidental y las anécdotas “mundiales” que se daban en su boliche.

Jamás olvidará el día que un cliente que trabajaba como ladrillero usó inconscientemente el mostrador de inodoro. Literal.

“Era un cliente de siempre. Era verano y hacía mucho calor. Llegó como a las 6 de la tarde muy cansado y el primer vino pasó como vaso de agua, necesitaba refrescarse”, recordó y siguió: “Su costumbre era apoyarse en la punta del mostrador porque no le gustaba sentarse. Después se tomó otro vino, luego uno más hasta que se durmió. En un momento le dieron ganas de orinar y pensó que estaba en el baño”, dijo riendo.

La anécdota no terminó allí porque el parroquiano volvió a la semana y en el bar no se la dejaron pasar y lo esperaron con una bombacha de goma. Afortunadamente, se lo tomó bien.

Por la barra del “Mundial” pasaban vasos de vino, de Amargo Obrero y ajenjo, también lo que se denominaba el “vermut de los pobres” que se hacía con vino moscato. En menor medida el Gancia y el Cinzano. La estantería muestra también pequeñas tazas de café. Pero según el cantinero era lo que menos salía. “Era el café de velorio, lo hacíamos en la tetera”, amplió.

Pereyra definió a su boliche como un lugar al que iban los “laburantes”, muchos de ellos ladrilleros de la zona y personal del Corralón Municipal que se encuentra a la vuelta.

“Había un taller municipal increíble en esa época, el personal trabajaba muy bien pero se vino de a poco abajo”, rememoró.

Cosas de bar

En el bar de barrio Parque había pool, cartas y dominó, pero lo que lo identificaba eran las guitarreadas de los viernes y sábados, las que duraban hasta el amanecer.

“Lo abría a las 10 u 11 de la mañana. Esperaba que salga la gente de trabajar al mediodía que pasaban a tomar algo. Por ahí cerraba a las 3 o 4 de la tarde. Después volvía a abrir a las 6 y en las noches de guitarreada las puertas se cerraban al amanecer”, rememoró.

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También contaba con un tocadiscos donde se escuchaba mucho tango, folclore y algo de música moderna de la época. “Los clientes elegían. Había parva de discos de todo tipo de música”, afirmó el entrevistado.

Otros de los secretos era el precio de la bebida, la que Pereyra asegura cobraba la mitad que en otros lugares.

Peleas eran poco frecuentes, algo que hoy sería impensado ante el nivel de agresividad que existe en la sociedad: “Acá se peleaban por los River-Boca, pero al otro día eran todos hermanos”.

Hola los noventa, chau bar

El bar funcionó hasta inicios de la década del noventa. Pereyra lo cerró para buscar nuevos aires en algunos clubes de la ciudad, pasando por los bares de San Lorenzo y Roca, por ejemplo.

Pasaron varios años y dejó la labor de cantinero. Se las rebuscó como peón de albañil, levantó quiniela y hasta cuidó casas para subsistir. Mientras tanto, el Mundial seguía con su mostrador y estanterías intactas, tanto fue así que en 1999 lo volvió abrir, aunque ya no fue lo mismo.

“Una vez estaba parado afuera y vino un arquitecto de Córdoba que estaba al frente de las 108 viviendas que se iban a construir en el barrio. Me pregunta si no me animaba a hacerles de comer a los albañiles. Me dio plata para comprar mercadería y lo tuve abierto tres años pero solo para esto. Si venía algún conocido algo le servía”, sostuvo.

Más de sesenta años pasaron de la apertura de un bar emblemático en barrio Parque y todavía quedan marcas más allá de lo que registre la memoria.

“Era un bar de barrio, éramos todos conocidos. De todos modos era un trabajo sacrificado, esclavizante. Pero lo disfrutaba”, sentenció Pereyra.