Valeria una vez le dijo al padre de su hija, y pareja en ese momento, que lo más doloroso que podía pasarle era que su pequeña hija sufra un abuso sexual. Lo mismo que le tocó vivir a ella cuando tenía 9 años con la pareja de su madre en ese momento.

Su compañero de vida fue uno de los pocos que conoció su pesar, eso que siempre tuvo dentro y no podía expulsar pese a las lágrimas derramadas durante varios años. Confiaba en la figura paterna, pero este le falló y le pegó donde más podía dolerle luego de separados: su hija. La de ambos. 

Madre e hija vivieron historias similares, con la diferencia de que una de ellas, pese a su corta edad –tenía 5 cuando fue atacada sexualmente- lo pudo contar.

Valeria (nombre ficticio para no exponer a la víctima ni a su hija) empezó a concurrir desde hace un tiempo a un templo evangélico, donde consideró que la ayudaron mucho con sus problemas. Fue ahí que lo ocurrido con su hija la animó a sacarse un gran peso de encima: el horror de su propia historia. Aunque todavía haya secuelas.

“Una vez charlando con una mujer amiga de mi mamá en el templo sobre lo de mi nena me pregunta si yo también había sido abusada. Yo me quedé muda. Son como maldiciones generacionales… le pasó a mi hija –reflexionó- por eso entonces me pasó a mi antes. Ahí conté todo y luego se enteró mi mamá”, reconoció la joven que hoy tiene 25 años, otra pareja, y que decidió contar su caso para enviarles un mensaje a las víctimas de abuso sexual.

“Es algo inexplicable el dolor. Escucho o leo un caso en los medios y vuelvo a vivir todo otra vez. Nunca en mi vida sentí tanto odio con lo de mi hija. Por eso no hay que dudar de nuestros hijos, hay que creerles porque muchas madres hacen oídos sordos ante estos casos”, aseguró.

Sufrir y no contarlo

Valeria tenía 9 años cuando fue abusada sexualmente por la pareja de su madre, con quien se fueron a vivir junto a su hermano de 10. “Recuerdo que fuimos a vivir como a una especie de galpón que estaba dividido. Ahí empezó todo; yo iba a cuarto grado”, narró.

Las primeras veces fueron manoseos, también golpes, pero no quedó eso: “Empezó con tocarme, yo no sabía si estaba bien o mal. Era una persona violenta con mi mamá, le pegaba mucho, hasta con cintos y cadenas. Yo me metía para defenderla pero me golpeaba a mí también”, recordó.

El día que más le quedó marcado fue una oportunidad donde su padrastro la acostó en la cama junto a él y hasta puso un espejo enfrente: “Me acostó en la cama, puso un espejo grande y me hacía mirar. A mí me dolía lo que pasaba y empecé a llorar. Más tarde cuando vi a mi mamá le dije que lloraba porque me dolía la panza”, señaló.

Tras un tiempo, una maestra de la víctima descubrió que algo raro había en ella. En ese momento decidió contar pero solo una parte: “Pasaron unos años y le cuento a mi maestra que este hombre me pegaba y le muestro una marca que me había dejado. Desde la escuela nos ayudaron y mi mamá perdió el miedo y se pudo separar”.

Él (por el abusador) encontraba el momento cuando mi mamá se iba a trabajar. Yo no hablaba por el miedo de ver cómo le pegaba a ella, la marcaba toda. Conmigo también lo hacía”, manifestó.

Ya viviendo en otro lugar, la joven recordó que cuando se lo cruzaba en la calle su abusador solía tocarle bocina desde el auto, lo que la aterrorizaba. Hoy esta persona está fallecida.

Se repite la historia

Valeria fue madre de joven de una niña que hoy tiene 8 años. A los 5, también fue abusada sexualmente y por su padre biológico, que en esa oportunidad tenía 28.Fue lo peor porque es lo que más sufro hasta el día de hoy, no lo puedo superar”, definió.

Sin embargo, la mujer destacó la valentía de la niña, que a diferencia de ella, decidió hablar: “Ella me lo contó y cuando lo hizo no dudé. La llevé al médico que corroboró todo y la dejaron internada. Pasé todo sola”, rememoró.

Todo sucedió tras los cinco años de pareja que tuvieron. Luego de separarse, su ex –hoy cumple una pena de 10 años de cárcel por este hecho- la golpeó donde más les iba a doler. A ella y a la hija de ambos.

“Estuvimos cinco años juntos, tuvimos la nena y luego me separé. Él vivía con sus padres, hermanos, tenía otro hijo cuando pasó lo del abuso. Era cuando yo la llevaba de visita. Nunca me imaginé que su padre podía hacerle algo así. Yo creo que era una obsesión que tenía conmigo, yo hacía mi vida y a él le molestó y sabía que me iba a lastimar de esa forma”.

Sobre la condena, aseguró que le parece una burla el tiempo que deberá pasar entre rejas el abusador.

El pedido de perdón de la madre

El hecho de guardarse adentro lo sufrido fue un disparador de señales que Valeria enviaba inconscientemente. Cambios de conducta, rebeldía y más: “Creo que una de las señales que pude haber dado era el cambio de conducta, mi mal comportamiento. Me portaba muy mal, era contestadora. Todo eso que sufrí me hizo más rebelde, es algo adentro que no podés contar y no sabés qué va a pasar si lo hacés”.

La joven explicó luego cómo fue el día que su madre se enteró del abuso que ella sufrió: “Mi mamá se enteró ahora de grande y yo fui perdiendo la vergüenza. Cuando se enteró se largó a llorar, me pidió perdón, me dijo que ella se iba porque tenía que trabajar y me preguntó por qué nunca dije nada. Fue por miedo pero también mucha vergüenza”.

Lo sucedido aquella vez –afirmó- la marcó hasta el día de hoy: “Me costaba estar con un hombre en la cama, no podía estar desnuda. Ponerme un bikini en una pileta también porque pienso que estoy provocando y no quiero que otro hombre me vea”, aclaró.

Asimismo señaló que le cuesta hablarlo pero que decidió contar su historia para que otras víctimas no se callen y para que los padres les crean a sus hijos: “Yo quiero que mi mensaje llegue y que la gente sepa que alguien pudo salir, pero para eso hay que pedir ayuda, concluyó.