La fisonomía de barrio Acapulco cambia drásticamente entre el día y la noche. Hasta que cae la tardecita podría decirse que se trata de un sector con poco movimiento. Vecinos haciendo sus vidas, trabajadores que desempeñan todo tipo de labores. Sin embargo cuando el sol baja y las escasas luces públicas se encienden la realidad es otra. Los movimientos cambian. Motociclistas que entran y salen con diferentes objetos que, según vecinos, son elementos robados que cambian por drogas; pero también ingresan remises y autos de alta gama que rápidamente llegan a un punto, se detienen y se van. Así opera la “tranza” de drogas.

Los vecinos viven con miedo. Ante los cronistas de este medio, algunos cuentan con pocas palabras lo que para ellos es cosa de todos los días: tiroteos y jóvenes perdidos por las drogas que terminan en la delincuencia. También hablan de fuerte complicidad policial. “Acá a la noche los chicos parecen zombies”, describen. La regla parece ser una sola: no denunciar, porque las consecuencias pueden ser inimaginables.

Y en el medio de este problemático barrio de la comuna de Josefina, en Santa Fe, se erige la escuela secundaria 526 Paulo Freire (comparte edificio con la 1264 Malvinas Argentinas) a la cual su director, José Giuliano Albo, considera el “corazón” del sector y una pieza clave para cortar esa espiral delictiva y de violencia que en este diciembre se cobró dos vidas.

“Esta (por la escuela) es el arma más poderosa que van a tener ellos el día de mañana para poder salir de todo esto”, dijo el directivo, que todos los días asiste al lugar para cumplir sus funciones y además tratar de arreglar todo lo que el temporal del pasado viernes 14 de diciembre destruyó (prácticamente toda una ala del edificio).

El docente busca que la escuela sea un lugar más amplio de contención y que se convierta en un gran espacio social del sector. Sus expresiones parecen agobiadas ante tanta mala noticia que sale del barrio, pero insiste: “Nadie elije dónde nacer y por ahí en la escuela se habla un idioma y en la casa otro, pero lo importante es seguir machacando y tener a los chicos en la escuela, que estén el mayor tiempo posible acá. La realidad es que hay mucha gente que tiene miedo, el problema más grave que hay en el barrio es la droga, un flagelo que está haciendo muchísimo daño. Nosotros hacemos lo que podemos, no podemos bajar los brazos en busca de una mejor escuela. La única forma que esto se tranquilice en el tiempo es que estos alumnos vayan cortando este tipo de situaciones para erradicar esto que se vive”.

Por su rol al frente de la escuela, conoce a muchas de las familias y enfatiza que la mayoría de los vecinos del barrio “son gente excelente” y que solo una minoría es la que está volviendo al lugar un sector cada vez más peligroso.

Trabajo en redes

Giuliano Albo hace más de un año es director del establecimiento y comenta que desde la institución se trata de trabajar en redes, sobre todo con la comuna. “Estamos trabajando en proyectos, jornadas, apuntando a estas problemáticas y donde realmente tenemos que focalizar, hablar mucho con los chicos y sobre todo inculcarles que ellos tienen que venir a la escuela. Lo que realmente hay en el barrio y es su corazón es la escuela, por eso la tienen que cuidar, valorar y aprovechar para el día de mañana”, sostiene.

“Estamos haciendo todo y más para que esto funcione, para que sus hijos estén formados para el día de mañana y vamos a hacer lo imposible para sacar a los chicos de la calle. Queremos que confíen en nosotros, que sigan viniendo a la escuela, que es la única posibilidad que tienen ellos de llegar a algo el día de mañana”, insiste.

La escuela de barrio Acapulco: educar en medio de la violencia

 “Acá no hay ley”

Los vecinos en el lugar no quieren hablar. “Después te prenden fuego la casa”, explican. Solo algunos van a contar, bajo condición de anonimato y de que no se mencione ninguna característica personal, simplemente lo que ellos viven cada día: mucho miedo y desprotección policial. “A los que denuncian, la misma Policía les dice a los delincuentes quiénes fueron. Y después les balean la casa o la incendian, así que no se puede denunciar nada”, aseguran.

Los testimonios son coincidentes: el “pipazo”, la llamada droga de los pobres que se hace con los restos de la producción de cocaína, está volviendo al barrio en un lugar cada vez más inseguro. “Hace mucho que este lugar es peligroso, pero en los últimos tiempos se puso mucho peor, desde que entró el ‘pipazo´. De noche los chicos caminan como zombies”, dicen. Los relatos son muy similares.

Además, sostienen que por la noche hay un desfile de remises y de autos de alta gama en busca de drogas. “Te aseguro que de noche hay más remises acá que en la Terminal de San Francisco”, cuenta alguien.

“Acá no hay ley. Créannos que es así”, concluye otra persona que vive en el lugar.

La escuela de barrio Acapulco: educar en medio de la violencia

Graves daños en la escuela por el temporal

Los fuertes vientos que golpearon a San Francisco y Frontera también llegaron hasta barrio Acapulco, donde la escuela sufrió un daño muy grande: prácticamente destrozó a una de las dos alas del edificio, que necesitará una profunda reconstrucción. El viento levantó buena parte del techo y las aulas quedaron totalmente inutilizables.

Fue un golpe muy fuerte para esta institución, que se encontraba en un buen estado tras distintas refacciones. Afortunadamente, fue en una época de menor actividad, pero ahora la tarea por delante es muy grande. José Giuliano, que dirige el establecimiento secundario, llevó tranquilidad a la comunidad. “El año que viene las clases van a empezar, vamos a compartir las aulas con la escuela primaria”, explicó.

El directivo señaló que desde que ocurrió el temporal se encuentra realizando todas las gestiones necesarias para que el Gobierno de Santa Fe reconstruya el edificio en el menor plazo posible y de la mejor manera.