El 15 de marzo de 1994 se sancionó la Ley Nacional 24.314, que reconoce el derecho de todos a un entorno inclusivo. Cuando se habla de accesibilidad se suele relacionar con las barreras arquitectónicas que limitan el acceso de las personas con discapacidad motora a los diferentes espacios de la vida social. Sin embargo el tema es mucho más amplio y también refiere al derecho de todas las personas con discapacidades a tener acceso a la información, a la Justicia, a la educación, a la salud y al trabajo, entre otros.

El pasado mes de febrero, el Gobierno municipal anunció que acondicionará y construirá nuevas rampas para personas con discapacidades motrices en el centro y en distintos barrios de la ciudad.

Los vecinos de San Francisco que padecen alguna dificultad motriz esperan ansiosos obras y cambios en el transporte urbano para sentirse integrados. Entre ellos se encuentran los casos de Mariela Bargas y Analía Ludueña, dos mujeres en sillas de ruedas que diariamente tienen que ingeniárselas para transitar por la ciudad.

“Parece que la vida del discapacitado no vale nada”

Lo dice con tristeza pero con suma franqueza Mariela Bargas (35), que reside en una planta alta de los departamentos de barrio Roque Sáez Peña.

Una enfermedad degenerativa la dejó en silla de ruedas desde pequeña y la joven siempre tuvo que luchar, junto a su familia, para encontrar la forma de sobreponerse a los obstáculos de la ciudad y su sociedad.

Para Mariela las imposibilidades no solo radican en la inexistencia de rampas de acceso en su barrio, sino también en la falta de un transporte público para transportar a personas en su misma condición y en la escasez de oportunidades laborales.

“Es complicada nuestra situación, no me quejo de mi vida, pero sí veo que tenemos muchas dificultades, tanto para movernos como para poder trabajar”, asegura. “Trato de moverme sola, pero andar por la vereda es muy difícil, casi imposible. Para salir del barrio tengo que irme hasta el polideportivo de la escuela Ravetti donde puedo bajar y de ahí me voy todo por la calle de frente a los autos”, cuenta Mariela.  

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Escalón por escalón

Mariela agradece que puede hacer muchas cosas por su cuenta, aunque reconoce que su padecimiento le exige un esfuerzo diario muy grande.

“Es fea la situación, cuando me tengo que ir bajo escalón por escalón, tengo dos sillas de ruedas, una queda abajo y la otra arriba. Con la que está abajo salgo a la calle, también es un presupuesto las dos sillas de ruedas”, añade.

Cuando tiene que recorrer largas distancias lo hace en remis ante la falta de transporte público apto para su condición. “Es un presupuesto para mí y no todos los remiseros te quieren llevar”, asegura.

Rampas en comercios y avenidas

Analía Ludueña es una reconocida artesana que también depende de una silla de ruedas para trasladarse.

Vive en barrio Sarmiento, donde semanas atrás el Centro Vecinal inauguró rampas de acceso para el ingreso al dispensario. Sin embargo según la mujer todavía resta mucho por mejorar en los barrios.

En su caso Analía pide más rampas en avenidas de la ciudad y sobre todo en locales comerciales.

“Otro problema con el que me encuentro es la falta de trasporte. Tengo una silla de ruedas eléctrica que es un poco más grande que las comunes y los remises no te llevan. Incluso algún remisero con una camioneta me llegó a decir que la silla le ensuciaba la alfombra”, relata. Y agrega: “Gracias a Dios nunca me tocó salir de urgencia y que no pueda manejar la silla. La única opción que me quedaría es pedirle auxilio a una amiga que tiene auto”.

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