Germán Yennerich, integrante de la promoción 1983 del Colegio San Martín, que tuvo clases en el viejo edificio, recordó anécdotas de su paso por el lugar que por estos días se está demoliendo.

Lo hizo con un escrito, en el cual recordó, por ejemplo, el cambio de inmueble, algunos problemas de infraestructura con los que tenían que lidiar, las asignaturas de aquella época y muchas otras cosas más.

El escrito:

Nos hicieron formar en la calle, allá por mayo de 1983, cuando al Nacional se iba de uniforme: pantalón gris, camisa celeste, saco y corbata azul, por más colegio del Estado que fuera el Colegio Nacional San Martín, también tenía sus colores, para contrastar en los desfiles con el rojo de los Maristas y el verde del Normal. Cuestión que nos hicieron formar detrás de unas motos de la Policía, y allá fuimos por Pueyrredón alejándonos del viejo edificio, fue la marcha sin ninguna tristeza, porque allá enfrente estaba la incógnita, la esperanza y la alegría del nuevo Colegio.

Atrás quedaba el Colegio viejo, ideal para estudiar biología, con tanta fauna y flora, por ejemplo, las parras del patio eran un insectario donde reinaban las orugas, rechonchas gatas peludas que manoteábamos para ponerlas en las carpetas de los incautos alumnos que correteaban en el patio, y cerrar luego la carpeta de golpe, aplastando al bicho para imprimirlo en sangre verde. Intuíamos los ratones bajo el piso de tablas, pisábamos las tablas al fondo del aula y se movía el escritorio, así le movíamos la taza de té a la profe de Lengua, que al principio se asustó viendo la taza subir y bajar, hasta que entendió y se empezó a reír, enfrentando el desafío de manotear la taza en el momento justo. 

Vaya uno a saber por qué las profes de Lengua son buena gente, nosotros teníamos de compañero al Escriba, un tipo que garrapateaba delirios en papeles y suponía que eran literatura, y que por supuesto, nadie le quería leer, y mucho menos la pobre profe de Lengua, que le decía que se dedique a cocinar o al fútbol, pero tozudo el Escriba, fue escritor nomás después en la vida, con el mismo estilo eso sí. 

En cuanto a la flora, aparte de la parra, algún vivero había donado unos helechos, en unas macetas nuevas y relucientes que desentonaban absolutamente con el edificio. Teníamos en ese año una materia desconcertante como Psicología, que nadie sabía mucho qué era, y hasta el Crédulo sostenía que los psicólogos son capaces de leer la mente, cosa que la mayoría del grupo, más adscripto al racionalismo, tomó como una exageración, y para demostrarlo, el Día del Profesor se empaquetó con un moño una de las macetas recién llegadas y se le regaló a la profe de Psicología. Terminó su clase la profe y se dirigió muy oronda con su maceta hacia la salida del Colegio, para ser vergonzosamente detenida por el portero. Tuvimos luego que soportar los gritos de la Rectora, una cascada de decibeles que rebotaba descascarando aún más las paredes, salía por los huecos de las ventanas y ahuyentaba las palomas de la plaza Vélez Sarsfield. 

Nunca entendimos el por qué arruinarse la garganta con los aullidos, se habrá pensado que el ruido despertaría la ausente bondad en nuestros corazones, pero ya dijimos que éramos racionalistas, en Filosofía seguíamos a Descartes, sobre todo por nuestra versión Coito ergo sum, que le tirábamos seductoramente en las lecciones a la profesora, harta ya de corregirnos.

Yo creo que nos tenían paciencia, y hasta nos perdonaban, porque intuían de dónde veníamos, la mayoría de nuestros padres ni habían pisado la secundaria, y formábamos con la Escuela del Trabajo, más la Hogar y Patria, un poco la clase obrera de la Secundaria de esa época, la clase media iba al Normal y al Pablo VI, y nuestros enemigos, los innombrables, los oligarcas, la crema del pueblo, iban por supuesto a los Maristas para noviar con las nobles chicas de las Monjas.

Luego de treinta años del éxodo al Colegio nuevo, llegó finalmente la hora de que se derrumbe la casa de la paciencia, los gritos, las orugas, y de tantas otras cosas que nos habrán hecho mejores al salir. Que sirvan estos recuerdos como muestra de que este edificio, en palabras de Neruda, ha vivido.

Germán Yennerich, ex-alumno del Colegio San Martín, promoción 1983.