Susana Olivero recuerda como si fuese ayer la noche del 2011 en que acostó a dormir a su pequeña María Azul Cornaglia, por ese entonces de 5 años. Era una noche más, aunque no iba a ser la siguiente una mañana común y corriente: “Se acostó tras un día normal, sin quejarse de un cansancio, ni nada, y al otro día no la podíamos despertar. Su caso se da uno en millones”, rememora.

Hace nueve atrás María Azul sufrió un Accidente Cerebro Vascular (ACV) y su pronóstico no era para nada alentador. De manera urgente fue trasladada a un centro de salud de la ciudad de Córdoba y en San Francisco una gran mayoría de gente, sin siquiera conocerla, ofreció una oración en su nombre. La niña, mientras tanto, luchaba desde la cama de una terapia para tener una nueva oportunidad.

“Siento que tuve una nueva chance de vivir y estoy agradecida”, devuelve la hoy adolescente de 14 años a El Periódico, quien asegura no recordar con detalles los días de internación pero sí mantiene intacto en su cabeza el momento de la vuelta a casa donde fue recibida por familiares, vecinos y sus compañeros de grado de la escuela Isfa.

“Recuerdo que hubo mucha gente dándome fuerzas, cuando llegué de Córdoba estaba toda la cuadra llena de gente”, dice Azul.

“De la historia cómo fue no me acuerdo. Recuerdo que hubo mucha gente dándome fuerzas, cuando llegué de Córdoba estaba toda la cuadra llena de gente, mis compañeros de grado, vecinos, la familia dándome la bienvenida”, relata.

Para Susana, más allá del trabajo médico se trató también un “milagro”, algo que está en estudio en el mismo Vaticano, ya que se lo adjudican a una obra de la beata italiana Chiara Luce, quien fuera un ejemplo de amor en el dolor.

“Cuando pasó lo de Azul, que fue muy rápido, lo que hicimos fue apoyarnos en la fe. En ese momento tan duro de saber que la vida de mi hija estaba en peligro nos apoyamos en las oraciones porque los médicos no nos daban esperanzas de que ella pudiera salir del cuadro que la aquejaba. Para mí fue lo médico y lo espiritual, una unión de ambas cosas”, repasa.

Recuperación milagrosa

“Los médicos me dicen que fue un milagro y estoy segura de eso. Ella tenía los cuatro ventrículos motores llenos de sangre, y si se salvaba no sabíamos si iba a caminar, a hablar. Pero tuvo una recuperación increíble y de a poco empezó a hacer deporte”, indica Susana.

La sensación de la familia de María Azul se basa en el cambio profundo que sufrió esta, quien de estar paralizada por al menos 20 días, empezó a moverse y en dos meses su vida volvió a la normalidad: “Cuando vuelvan a casa olviden todo lo que les dijimos, nos dijeron los médicos”, cuenta la mujer, ahora con una sonrisa, en referencia a los avatares que podían llegar a venir en vistas a la recuperación.

Pese a que toda iba sobre rieles, los primeros años hasta obtener el alta médica definitiva –que le llegó a los 7- eran de inquietud: “Estábamos atentos pero no hubo motivos para tener miedos. En el último estudio hecho antes de darle el alta nos dicen como que en su cerebro no pasó nada y ella tuvo un derrame cerebral”.

“Cuando pasó lo de Azul, lo que hicimos fue apoyarnos en la fe, porque los médicos no nos daban esperanzas”, agrega Susana.

María Azul va camino a los 15 años, una edad significativa: “Nos ponemos a pensar y decimos ‘qué maravillosa esta oportunidad que nos dio la vida. Esto es algo que nos marcó. Los médicos nos dijeron que superó a la ciencia”, expresa Susana, quien se considera muy creyente en Dios y en la Virgen María.

Mientras desea un viaje para su próximo cumpleaños, la vida de María Azul pasa por la escuela y el deporte (patín y baile), y hasta proyecta a futuro construir su propia familia. Como ella misma reconoce, la vida le dio otra oportunidad y aprovecharla al máximo es su objetivo.