Hace una década, Liliana Velázquez tenía las esperanzas de cualquier adolescente y no imaginaba un destino tan difícil para su vida. Un grave hecho de violencia la tuvo como víctima a sus 13 años dentro de la escuela a la que asistía, el Ipet 264 “Teodoro Asteggiano”.

El recreo, ese momento que transcurre entre las asignaturas del día, se convirtió en una pesadilla para ella y su familia. Hoy, después de tanto esfuerzo y voluntad, su vida transcurre de otra manera, en otro lugar, pero con los suyos, aunque la violencia sufrida le dejó secuelas.

Transcurría el 30 de septiembre de 2010. La jornada, luminosa por un sol primaveral, se oscureció de pronto cuando en el patio del colegio de barrio Parque Liliana recibió el impacto de una especie de vara de hierro sobre su cabeza, la cual había sido lanzada por un compañero. La adolescente se derrumbó en el piso y quedó inconsciente.

El golpe le provocó hundimiento de cráneo y pérdida de masa encefálica, por lo que debió ser trasladada a un centro de salud de Santa Fe, donde fue operada y permaneció varios días internada en coma sin despertarse.

A diez años de la brutal agresión a Liliana Velázquez: su vida sigue en Tanti y con rehabilitación constante
Liliana junto a Lucas, su padre. 

Según contaba una de sus tías en ese momento, cuando acompañó una marcha organizada por la comunidad educativa que salió a pedir a la calle que cese la violencia en las escuelas, “Lili” se encontraba jugando con sus compañeras con ese hierro y haciendo un pasamanos tirándolo hacia arriba. La versión agregaba que a la adolescente se les resbaló la vara y ésta al caer golpeó apenas la pierna del chico que luego, alentado por otro, decidió devolver el golpe a modo de venganza sin medir las consecuencias: Este chico, con antecedentes de agresión, agarró el hierro y le pegó en la cabeza, luego de que mi sobrina le pidiera varias veces disculpas. Cuando la va a golpear, ella se cubre y al inclinar la cabeza hacia abajo le arrojó el hierro tipo jabalina”, relató la familiar en esa oportunidad, mientras su sobrina se debatía entre a vida y la muerte.

Una nueva vida, diez años después

La localidad serrana de Tanti es el nuevo lugar de Liliana, sus padres y sus cuatro hermanos. La tranquilidad de la montaña, el aire más limpio y la naturaleza, son parte de la rehabilitación que de por vida tendrá la joven, ya hoy de 23 años.

Ana Velázquez, su mamá, tiene bien fresco el recuerdo de ese 30 de septiembre de 2010. Aunque pasen los años, para ella nunca le será lejano: “Lo que pasó marcó nuestras vidas”, responde del otro lado del teléfono en la charla con El Periódico.

La familia recaló en el Valle de Punilla a fines del año pasado, donde se asentó. Tanti no fue un lugar elegido al azar, sino que allí funciona la Clínica de Rehabilitación Neurológica Rita Bianchi, donde Liliana hizo gran parte de su rehabilitación.

Un mal recuerdo

Ana contó que hace unos dos años Liliana se acordó de lo sucedido ese día en la escuela. “Me dijo que no había sido un accidente lo que había pasado, que esta persona le había tirado adrede el fierro. Cosas que cuando ella entendió bien todo lo que le había pasado obviamente no podía creer”.

“Tanti era un lugar muy cercano a nosotros al haber estado mi hija un año internada. Tuvimos la posibilidad de salir de San Francisco y elegimos este lugar primero. Si bien lo conocimos en una circunstancia fea por lo que le había pasado a Lili, a ella le gustó mucho. Más que todo por la tranquilidad, es otra vida para ella”, resume Ana.

“Nos vinimos en diciembre del año pasado. Liliana está bien, muchísimo mejor, gracias a Dios; ella tiene rehabilitación de por vida porque sufrió una hemiplejia del lado izquierdo que le quedó secuelas y siempre va a necesitar rehabilitación en un brazo, la mano que no mueve para que no se endurezca y en su pierna también”, aclara la mujer, quien remarca que su hija, la mayor de cinco hermanos, camina por sí sola, aunque con alguna dificultad: Está mucho mejor, obviamente camina con dificultad pero lo puede hacer”, manifiesta.

Debido a la pandemia, las visitas a estos profesionales se fueron atrasando, pero el tratamiento recomenzó aproximadamente un mes atrás: “Hará un mes que comenzó con kinesiología por su problema motriz y también la terapia ocupacional; le enseñan a hacer todo para que ella se pueda mover sola y ser independiente”, cuenta Ana.

Grandes avances

Velázquez no puede creer los avances que ha tenido Liliana y cómo la ve hoy. Cuenta que se expresa bien y que aquello que tanto le había costado, que era caminar, hoy lo puede hacer. Cabe recordar que Liliana estuvo mucho tiempo utilizando una silla de ruedas: “De todo lo malo que me habían dicho los médicos que podía llegar a pasar, mucho de eso no pasó. Ellos no sabían qué secuelas le iban a quedar en la vista, el habla, la movilidad; no podían darme un diagnóstico certero. Era todo a medida que pase el tiempo y de su evolución. Fueron años duros pero podemos ver resultados actualmente, todo con la ayuda de la rehabilitación y por haber venido de Rita Bianchi que fue lo mejor que nos pudo haber pasado, subraya.

Sobre el agresor

“Nunca supimos nada del agresor, no lo conozco. No sé quién es, ni sus familiares. Lo que sí, nunca nadie se acercó. Nosotros tampoco quisimos saber o buscar al principio. Ahora que pasaron 10 años me hubiera gustado por lo menos que su mamá me llame. No hubiera querido encontrarme con el chico, pero al menos con su mamá, me parece que es madre, si yo hubiera estado en su lugar lo hubiera hecho”, sostuvo Ana.

Liliana tiene pensado comenzar talleres, pero para eso espera que la pandemia otorgue una tregua. Según su mamá, a su hija mayor le gustan las manualidades, la cocina, pero sobre todo bailar. Quizás esto último defina su personalidad, lo que la ayudó a salir: “Ella, más allá de los médicos, tiene un espíritu de superación y de ponerle a todo garra, esfuerzo y alegría, porque es muy alegre. Más allá de lo que le pasó tiene muy buena onda, obviamente salió con eso y con ayuda de la familia y los profesionales”.

Juicio ganado a la Provincia

La familia de Liliana le inició años atrás acciones civiles al Estado provincial, entendiendo

que tanto el Ministerio de Educación de la Provincia -como los directivos del colegio en esa oportunidad- eran responsables de velar por la seguridad de los estudiantes en la escuela.

“Hace tres años, después de siete u ocho años, el Estado se hizo cargo de Liliana por una medida judicial”, explicó su madre.