Carlos Tissera, riocuartense, tenía 13 años cuando decidió ingresar al seminario para convertirse en sacerdote en futuro cercano. A inicios de la década del ’70, mientras llegaba a su fin un gobierno militar y se iniciaba la vuelta al poder de Juan Domingo Perón, “Cacho”, como lo llaman, se mudó a la ciudad de Córdoba para cursar Filosofía. Más tarde arribaría a la provincia de Buenos Aires, donde se insertó en una comunidad de seminaristas y cursó sus tres años de Teología.

Fue ordenado sacerdote el 7 de abril de 1978 y obispo el 6 de febrero del 2005, donde comenzó su historia con San Francisco, la “patria piamontesa”, como la recuerda y donde asegura que aprendió a ser un “obispo rural”. Estuvo a cargo de la diócesis local hasta diciembre de 2011.

“Recuerdo muchas cosas lindas de la ciudad que tiene una fuerte impronta piamontesa. El contacto con los sacerdotes, siempre muy cercano, y una muy buena relación con las autoridades y entidades. Me sentí muy querido, seguramente tuve errores pero aprendí mucho”, recuerda del otro lado del teléfono antes de empezar una entrevista con El Periódico.

Monseñor Tissera es en la actualidad obispo de Quilmes, tras sus siete años en San Francisco, y desde hace tres es presidente de Cáritas Argentina. Esto le valió estar sentado en una mesa con empresarios, gremialistas y demás referentes de distintos ámbitos reunidos por el presidente Alberto Fernández, en lo que se llamó el Consejo del Hambre, lo cual calificó como positivo.

- En San Francisco sostiene que aprendió a ser un obispo rural pero luego se mudó a Quilmes: otro mundo por así decirlo.

Acá es muy distinto el estilo de vida, hay mucha pobreza. En San Francisco traté de aprender a ser un obispo rural y ahora aprendo a ser uno urbano. Es muy diferente Quilmes, la cantidad de habitantes es mucho mayor, con 80 parroquias, 300 capillas…

- Debe haber sido un cambio drástico. Nuestra ciudad durante los años que fue obispo mostraba otra cara.

San Francisco vivía momentos muy florecientes. La crisis de 2001 golpeó a muchos, de todos modos supieron recuperarse muy bien en esos años siguientes. Claro que hubo cuestiones pero fueron años de bastante progreso (con el boom de la soja y la construcción). El mayor conflicto fue en 2008, que atravesó a todo el país (entre campo y gobierno por las retenciones). Recuerdo que por la concentración sufrió mucho la industria láctea y eso repercutía en la vida de los pueblos. Pero era otra época desde el punto de vista económico.

“Hay que reconocer que tuvimos falencias graves que hay que subsanar”
El obispo de Quilmes, Carlos Tissera (Foto: Infobae)

- ¿Cómo tomó su participación en esta mesa contra el hambre que fue algo inédita por los distintos sectores que la conformaron?

Todo nació cuando se declaró la emergencia alimentaria el año pasado. Nosotros veníamos en mi diócesis con mucho crecimiento de asistencia a niños y adolescentes en comedores y las ayudas que no llegaban, más la inflación que disparaba todo. Esta mesa se crea ante la ley la emergencia alimentaria y surge esta convocatoria muy plural. Y surgieron cosas de esto, como la Tarjeta Alimentar, el Ingreso Familiar de Emergencia y más programas del Ministerio de Desarrollo Social. Como Cáritas además tenemos nuestros programas históricos y otros surgidos con esta situación que vivimos actualmente.

Los programas que Caritas dispone se relacionan a lo alimentario y con la pandemia también con lo sanitario. También asesoran a aquellas personas que deben inscribirse para los programas sociales del Gobierno nacional. Además existe un convenio firmado con el Sedronar para acompañar en su recuperación, desde el Hogar de Cristo, a quienes sufren adicción a las drogas. También se destaca el programa educacional Emaus, que en San Francisco funciona en los barrios Parque y La Milka, con apoyo escolar y merienda, entre otros.

- Una situación que venía compleja y se agravó con la pandemia.

Siempre digo “sobre llovido, mojado”. La situación de falta de trabajo y el empobrecimiento son terribles, con cierres de empresas. Acá en Quilmes, además, hay mucha memoria. Su primer obispo, monseñor (Jorge) Novak, fue el primero que empezó a recibir a las madres de los desaparecidos de la dictadura. Cuando lo hicieron obispo en 1976, lo nombran y le dicen que iba a una diócesis donde la mayoría “es gente obrera”. El sur de Buenos Aires es de lo más humilde. Y Novak sabía decir que la mayoría de gente que encontró más que obreros eran desocupados porque habían cerrado las grandes empresas textiles que sufrieron esa época la economía de Martínez de Hoz. Ahora la desocupación la vivimos con esta crisis, con el agregado de que mucha gente que podíamos ubicar en la clase media, que la rema, que vive de un emprendimiento, cayó a la lona, pasando a la franja de la pobreza. Esto es lo nuevo que se vive.

- ¿La pandemia y la cuarentena terminaron dándole un empujón a muchas familias que ya la venían pasando mal?

La clase media empobrecida. Gente muy comprometida que llegó a la parroquia a pedir comida, algo que nunca hizo. O lo hizo mediante algún familiar, catequista, que se acercaron a decirnos que a tal persona apenas le alcanza la plata, entonces se le acerca algo de alimentos. La emergencia nos llevó a centrarnos en lo asistencial, principalmente la ayuda alimentaria. Y es evidente que la demanda se multiplicó sensiblemente.

- ¿Qué nos terminó de mostrar el coronavirus?

El papa Francisco dice que la pandemia en todos los lugares del mundo sacó a luz las grandes desigualdades, injusticias y un montón de miserias que tiene la humanidad. Uno lo ve, es una situación muy triste, de gente que si no tiene un timbre donde tocar se queda atrás. El tema de los descartados que hablaba Francisco en sus inicios como papa. Eso es una realidad y en las grandes urbes lo vemos. En el interior hay situaciones de injusticia y postergación, pero suelen ser más acotadas de lo que se ve en las grandes masas urbanas donde hay miles de personas soltadas de la mano de todos, inclusive del Estado. Con el IFE apareció mucha gente que no existía físicamente porque no se los podía ubicar. Por eso hay que reorganizarse, llamarnos a humildad desde todos lados. Nosotros desde la Iglesia pero también los estamentos del Estado, sea municipal, provincial y nacional. Reconocer que tuvimos falencias graves que hay que subsanar y esto no se hace más que tendiendo puentes y no con un cañón cada uno porque ese sabemos que no es el camino, sino todo lo contrario porque nos llevó a esta situación. La triste realidad es que los grandes dirigentes que se enfrentan, ellos salen adelante, pero los que quedan en el camino son los pobres. Hay que reconocer la enfermedad porque difícilmente no te puedas curar.

- ¿Qué opina del proyecto del impuesto a las grandes fortunas?

Lo impositivo siempre se habló y nunca se llevó a cabo; esto de una Argentina más federal. Es lógico, cae de maduro que el que tiene más debe pagar más. Es natural y lo entiende un niño del colegio. Pero son los intereses los que a veces interfieren embarrando la cancha y nunca se llega a un diálogo saludable, respetuoso y concreto donde se deje de lado la pirotecnia para llegar a soluciones. Lo que vimos con el acuerdo de la deuda (con acreedores), eso es un ejemplo. Dejemos de lado nuestra opinión en el país, que lo digan quienes lo ven desde afuera y van a tener una mirada objetiva de cómo se pueden lograr buenas negociaciones cuando hay gente idónea y cuando se busca el interés de todos y no sólo de un sector.

“Hay que reconocer que tuvimos falencias graves que hay que subsanar”
Mesa contra el hambre. Tissera junto a Estela de Carlotto, el presidente Alberto Fernández y el ministro Daniel Arroyo.

- Se observa una buena relación de la Iglesia con el Gobierno nacional, pese a que hay opiniones encontradas respecto a otros temas, como la legalización del derecho al aborto.

Sí. Claro que hay cosas discutibles de acuerdo al pensamiento cristiano que es nuestra postura. Pero siempre con diálogo, nadie quiere imponer nada, sino proponer. La doctrina de la iglesia es propositiva, ya pasaron las épocas donde se imponían las cosas con la fuerza del cañón, la matanza y la destrucción. El camino de la humanidad es el diálogo y el encuentro. En los países hay autoridades y si la iglesia debe querer hacer prevalecer sus valores cristianos entonces debemos comprometernos en lo político para proponer nuestros propios valores, pero participando en la vida política muchas veces los cristianos. No hablo de obispos o curas, sino todos los cristianos que nos vayamos formando para proponer la visión cristiana de la vida, sea en un sindicato, partido político o de otra manera. Es muy libre y dinámica la vida política de un país.

- ¿Eso implica salir y tener presencia en otros ámbitos?

Yo hago mi mea culpa de que muchas veces no incursionamos en los ámbitos muy ricos en la vida del país y en donde la Iglesia podría aportar mucho desde sus principios evangélicos como es el mundo sindical, universitario, profesional; muchas veces nos quedamos encerrados en los templos y no llegamos a los ambientes donde se deciden los destinos de una sociedad. Estas reuniones y encuentros ayudan mucho, en mi diócesis a raíz de la pandemia vinieron voluntarios provenientes de las universidades estatales, no solo la católica. Muchos estudiantes acompañan los servicios de Cáritas, y eso surgió de reuniones donde propusimos los planes de trabajo. Me refiero a una Iglesia abierta, que ponga los pies en el barro, sin ser peyorativo, pero es ahí donde se cocina la vida de los pueblos y tenemos que estar muy presentes.